Padre, cuando sufro no puedo evitar gritar, preguntar, plantear mil y una cuestiones, como un niño que no se consuela, que no entiende. Estoy segura que me escuchas como un padre paciente y amoroso escucha a su hijo. Tú, más, porque tú eres el Padre “de quien toma nombre toda paternidad”. Así pues, te entrego todo esto, mi rebeldía, mi resentimiento, mi odio, aun cuando van dirigidos a Ti. Cualquiera podría pensar que eres el blanco de mis iras, pero en realidad, eres aquel cuyas manos están abiertas para acoger mis presentes, todos mis presentes, y dispuesto a ocuparte de ellos porque son mis propias heridas.
Sí, Padre, mío, padre nuestro, todo es realmente tuyo.
Pierre WOLFF
¿Puedo yo odiar a Dios? Ed Desclee de Brouwer. Colección “Caminos”