viernes, 28 de febrero de 2014

TODO ES POSIBLE AL QUE TIENE FE.



Si vuestra fe fuera como un grano de mostaza, nada os sería imposible.

Todo lo podemos por la oración: si no recibimos, es que hemos tenido poca fe o que hemos orado poco, o que sería malo para nosotros que nuestra petición fuera atendida, o que Dios nos da algo mejor que lo que hemos pedido. Pera jamás dejaremos de recibir lo que pedimos por ser la cosa demasiado difícil de obtener: Nada os sería imposible.

No dudemos en pedir a Dios, incluso las cosas más difíciles, como es la conversión de grandes pecadores, de pueblos enteros. Pidámosle, pues, incluso aquellas cosas con la certeza de que Dios nos ama apasionadamente y que cuanto mayor es el  don más desea hacerlo el que ama apasionadamente. Pero pidámoslo con fe, con insistencia, con constancia, con amor, con buena voluntad. Y estemos seguros de que, si pedimos así y con mucha constancia, seremos escuchados y recibiremos la gracia pedida y una todavía mejor. Pidamos con osadía a nuestro Señor las cosas más imposibles de alcanzar cuando son para su gloria, y estemos seguros de que su Corazón nos las concederá tanto más cuanto parecen humanamente imposibles; porque dar lo imposible al que ama es agradable a su Corazón n, ¡Y cuanto nos ama Él!

 

Beato CARLOS DE FOUCAULD

(1858 – 1916)

jueves, 27 de febrero de 2014

¿ QUÉ QUIERO ?



¿Qué quiero, mi Jesús? Quiero amarte,
quiero cuanto hay en mí del todo darte,
sin  tener más placer que el de agradarte,
sin tener más temor que el de perderte.

Quiero olvidarlo todo y conocerte,
quiero dejarlo todo y conocerte,
quiero perderlo todo y hallarte,
quiero ignorarlo todo por saberte.

Quiero amarte, Jesús, quiero abismarme
en ese dulce abismo de tu herida,
y en tus divinas llagas abrasarme.

Quiero, en Aquel que quiero, transformarme,
morir a mí, para vivir tu vida,
perderme en ti, Jesús, y no encontrarme.
Amen.

Marcelino MENÉNDEZ Y PELAYO.
 

sábado, 22 de febrero de 2014

LA LEY, O LOS MANDAMIENTOS.


 
 
La ley, o los mandamientos, (no en cuento a lo que prescriben, que es bueno, sino como “lógica de vida” o manera de situarse frente a Dios) son perversos y conducen a la muerte, pues contradicen esta verdad de la gratuidad de la salvación y acaban por matar el amor.
Le ley puede llevarnos al orgullo: como soy capaz de cumplir sus prescripciones, me creo justo y desprecio a quienes no hacen como yo. Es el pecado de los fariseos denunciado con energía por Jesús en el Evangelio, porque nada hay que mate el amor y la misericordia hacia el prójimo con más facilidad que el orgullo espiritual. Por otro lado, la lógica de la ley puede llevarme también a la desesperanza: puesto que soy incapaz de cumplir plenamente sus exigencias, caigo en la desesperación y en la culpabilidad y me siento condenado de forma irremediable.
Me gustaría añadir que quien toma el camino del orgullo, quien se vanagloria de sus éxitos espirituales, antes o después, acaba cayendo en la desesperación: inevitablemente, llegará el día en que deba enfrentarse a sus limitaciones o en que sufra un sonoro fracaso, o en que sus logros espirituales – basados en sus propios esfuerzos – vuelen en pedazos.
Esta lógica de la ley, o mandamientos, que conduce bien al orgullo, bien a la desesperanza puede adoptar distintas variantes:
-la rígida piedad de quien lo hace todo “por obligación” como si tuviera una deuda que pagar a Dios, cuando Cristo en la cruz redimió cualquier deuda del hombre con Dios, llamándole a devolverle todo por amor y agradecimiento, y no en virtud de ninguna deuda:
-el temor de quien siempre se siente culpable y tiene la sensación de no hacer jamás lo suficiente por Dios:
-La mentalidad mercantilista del que calcula sus méritos, mide sus progresos, se pasa la vida esperando la recompensa de Dios a sus esfuerzos y se queja en cuanto las cosas no salen como él querría;
- la actitud superficial de quien, en cuanto ha hecho algo bien, cree haber “llegado” ya y se desanima o se rebela al enfrentarse a sus limitaciones:
-o la pequeñez de espíritu del que lo mide todo con el rasero de estrictas prescripciones en vez de vivir con el corazón ensanchado por el amor:
-o él que con su legalismo o su perfeccionismo hace la vida imposible a los demás y se convierte en un ser inmisericorde
 
Jacques PHILIPPE
La libertad interior.

miércoles, 19 de febrero de 2014

SANTA JUANA FRANCISCA DE CHANTAL (1572 - 1641).



A muchos lectores no les gustan las citas,  pero por dos motivos nos creemos obligados a citar la descripción que de su oración hace Santa Juana Francisca de CHANTAL: porque es un excelente aunque avanzado ejemplo del tipo de oración que estamos examinando, y porque puede también servir como introducción a dicha Santa para aquellos que aún no la conozcan. Después de Santa Teresa es la mayor autoridad de su sexo en lo que se refiere a la oración. Es, además, el libro viviente que San Francisco de Sales “escribió” pues fue su director y formó su alma en el patrón de su clásica espiritualidad: una espiritualidad que no se ha podido apenas sobrepasar.
Escribe la Santa: “Le digo con toda confianza y sencillez que hace unos veinte años que Dios me quitó todo poder de hacer oración con el entendimiento, consideración o meditación; y que todo lo que yo puedo hacer es padecer y dejar que mi espíritu esté en Dios con toda simplicidad, esforzándome en esta tarea mediante un completo encomendarme, o abandonarme, a Dios sin hacer ningún acto a menos que Él me invite con su moción, esperando allí lo que su bondad le plazca concederme.” Tenemos allí una oración sin “actos”, sin capacidad de hacer otra cosa que padecer y abandonarse uno mismo a Dios. Este último punto es lo que distingue esta oración del mero vagar de la mente o de la inercia mental perezosa. La nota de padecimiento no es esencial a esta oración, pero, sin embargo, la oración fracasa frecuentemente porque no la consideramos como un medio por el cual nos entregamos a Dios. demasiado a menudo buscamos consolaciones, y nos buscamos a nosotros mismos de hecho, aunque sea en un plana espiritual. Oramos en nuestro propio nombre en lugar de orar en el de Jesucristo.

Eugène BOYLAN
Dificultades en la oración mental.


domingo, 16 de febrero de 2014

LA ESPERANZA.



La esperanza es la virtud que pone en práctica la remodelación de la voluntad: gracias a ella, sé que  lo puedo esperar TODO de Dios con total confianza. Todo lo puedo  en aquel que me conforta, dice san Pablo. La esperanza nos cura del miedo y del desaliento, dilata el corazón y permite que el amor se expanda.

Pero, a su vez, también la esperanza, para constituir una auténtica fuerza, necesita de una verdad en la que apoyarse. Este fundamento le es conferido por la fe: puedo esperar contra toda esperanza porque sé a quien he creído. La fe hace que me adhiera a la verdad transmitida por la Escritura, la cual no cesa de mostrar la bondad de Dios, su misericordia y su absoluta fidelidad a sus promesas. A través de la Palabra de Dios, nos dice la epístola a los Hebreos, tenemos firme consuelo los que buscamos refugio en la posesión de la esperanza propuesta, la cual tenemos como segura y firme ancla de nuestra alma, que penetra hasta el interior del velo, donde Jesús entró como precursor.

Podríamos decir que, si la caridad es en sí misma la mayor de las tres virtudes teologales, en la práctica la esperanza es la más importante. Mientras hay esperanza, el amor se desarrolla; si la esperanza se extingue, el amor se enfría. Un mundo sin esperanza enseguida se convierte en un mundo sin amor. Pero también la esperanza tiene necesidad de la fe. No existe fe viva sin obras y la primera obra producto de la fe es la esperanza. Teresa de Lisieux decía en su “caminito de confianza y amor”: “De Dios obtenemos tanto como esperamos”.

 

Jacques PHILIPPE.

La libertad interior.

 

jueves, 13 de febrero de 2014

ESTAMOS LLAMADOS A AMAR EL MUNDO.



Estamos llamados a amar al mundo. Y tanto amó Dios al mundo que le dio a Jesús. Hoy ama tanto al mundo que nos da al mundo, a ti y a mí, para que seamos su amor, su compasión, su presencia a través de una vida de oración, de sacrificio, de abandono. La respuesta que Dios espera de ti es que llegues a ser contemplativo, que seas contemplativo. Tomémosle la palabra a Jesús y seamos contemplativos en el corazón del mundo., porque si tenemos fe, estamos perpetuamente en su presencia. El alma, a través de la contemplación, saca directamente del corazón de Dios las gracias que la vida activa tiene el encargo de distribuir. Nuestras existencias deben estar unidas a Cristo que nos habita. Si no vivimos en presencia de Dios, no podemos perseverar.
¿Qué es la contemplación? Vivir la vida de Jesús. Es así como yo la comprendo. Amar a Jesús, vivir su vida en el seno de la nuestra, vivir la nuestra en el seno de la suya. La contemplación no es encerrarse en una habitación oscura, sino dejar que sea Jesús quien viva su pasión, su amor, su humildad en nosotros, que ore con nosotros, que está con nosotros, y santifique a través de nosotros. Nuestra vida y nuestra contemplación son una misma cosa. No se trata de hacer, sino de ser. De hecho, se trata del gozo pleno de nuestro espíritu por el Espíritu Santo, que insufla en nosotros la plenitud de Dios y nos envía a toda la creación como su personal mensaje de amor.

Beata TERESA DE CALCUTA

lunes, 10 de febrero de 2014

KA CONTINENCIA SEXUAL.




Se le atribuye a Buda el dicho: “el aguijón del instinto sexual es más agudo que el rejón que se emplea para domar elefantes salvajes, quema más que el fuego y posee un dardo que penetra hasta el alma”. Esto no nos sorprende, se trata del instinto de conservación del género humano. Los hombres, sin embargo, deben conservarse y multiplicarse de un modo humano, no a través de un instinto ciego, sino de una decisión libre y moral.
Por eso, toda persona está obligada a cierto grado de continencia sexual. Es un error fatal decir, por ejemplo, que en este tema a los casados se les está permitido todo. La moral trata de la castidad antes del matrimonio, en el matrimonio y en la viudez. Los pedagogos advierten que sin la pureza sexual nunca podremos formar personas de carácter. Nacemos  con una determinada inclinación sexual. El carácter es algo más, requiere la constancia. Esta viene por la firme voluntad. La incontinencia sexual debilita la voluntad, especialmente en la juventud. Las aplicaciones de la continencia sexual son numerosas en la vida práctica:
Capacidad para distinguir bien. Para consuelo de aquellos que a menudo se sienten turbados y luego invadidos de dudas, la Iglesia ha establecido firmemente que “la concupiscencia viene del pecado y empuja al pecado, pero en sí misma no es pecado”. No sentir tentaciones contra la castidad es un don especial de Dios. Incluso los perfectos las tienen.
Obediencia. El joven debe antes aprender a obedecer y a someter su propia voluntad y sólo después podrá mandar sobre sus propias pasiones. Por lo demás, esto es natural. A quien desobedece, le desobedecen sus inclinaciones porque la rebelión de los sentidos contra el espíritu es el castigo por la rebelión del espíritu contra Dios (San Agustín).
La custodia de los sentidos. Quien ve tentaciones en todo placer sensible exagera y hasta podría portar en sí las raíces de cierta perversidad. Toda la naturaleza y por tanto, también las formas del cuerpo humano son bellas: Para los castos, todo es casto (Tit 1, 15). Pero ¿Quién puede decir que es completamente casto? Sin duda es más seguro no creerse demasiado esto de uno mismo. San Efrén describe una experiencia que es generalizada: “Si no custodia tus ojos, tu castidad no será firme y constante. Cuando la tubería del acueducto se rompe, el agua se derrama alrededor. Cuando das plena libertad a tus ojos, estos se derraman  y la castidad se pierde”.  Algunas miradas son como las chispas: caen en la paja y sucede la desgracia.
La mortificación corporal. Las inclinaciones carnales se originan en el cuerpo. No se da una dependencia científicamente determinada, pero en general, se sabe que el cuerpo fuerte tiene también fuertes tendencias carnales. Esta “fuerza” no debe entenderse en el sentido de capacidad física, de estar dotado para el deporte, sino más bien en el sentido de lo que particularmente se llama desenfreno.
Las comidas abundantes, las bebidas alcohólicas, la falta de ejercicio físico y movimiento hacen que se acumulen en el cuerpo muchas energías que luego buscan un escape. Por eso, los ascetas recomiendan siempre el ayuno. “Mejor que sufra el estómago que no la mente” escribe San Jerónimo. La gente de hoy no se sujeta de buena gana a estas recomendaciones si no es el médico quien las prescribe.
Es una pena que se acepten estos principios higiénicos del médico solo en las enfermedades y no como prevención. Al menos practicamos una especie de mortificación corporal que es moderna y tiene un curioso nombre: el deporte.

Tomás SPIDLÍK.


viernes, 7 de febrero de 2014

LOS NOMBRES DE JESÚS :JESÚS.



Puesto que Dios no está a merced de la casualidad, hay que decir que este dato de llamar Jesús a su Hijo era parte de un plan divino y de un estilo propio de Dios. ¿Cuál? El plan es el misterio de la Encarnación del Hijo; y el estilo es el gusto divino por el ocultamiento y la discreción en su realidad de criatura humana.
Para hacerse semejante a los hombres en todo comenzó por el nombre. Para poder recibir más tarde el Nombre sobre todo nombre, debía rebajarse también en el nombre: ¡No llamemos la atención antes de tiempo! decidiría el consejo de familia de la Trinidad Santa, no lo llamemos Emmanuel: es demasiado llamativo, hasta ahora nadie ha llevado ese nombre.
Luego los hombres mejoraron el plan: más ocultamiento. Unieron a Jesús el apelativo de Nazareno, peyorativo, aprovechándose de que la aldea de su infancia y juventud no tenía fama ni prestigio. Así el regalo divino escondido en el nombre de Jesús, de momento quedaba defendido de indiscreciones por el hecho de que otros también se llamaban como él.
Pero al mismo tiempo ese nombre bendito es extraordinario, fuera de serie, por dos razones:
1)      fue decidido, preanunciado e impuesto por Dios. “Cuando se cumplieron ocho días le pusieron por nombre Jesús, el nombre puesto por el ángel antes de que él fuese concebido” (Lc 2,21).  José despertó del sueño cariacontecido, pero aceptó lo aprendido aquella noche; a la vez que iba de susto en susto, crecía de fe en fe. José crecía según pasaba del Antiguo Testamento al Nuevo.
En apariencia todo fue normal y corriente. Los pastores habían vuelto a lo suyo, el coro de ángeles había quedado en silencio. Nadie protestó en Belén, ni en Nazaret. Pero a la vista de la fe, el Zagal de María ya estaba haciendo nuevas todas las cosas; llenó de gracia a su Madre desde el principio, a José lo convirtió al cristianismo: y aun dormido, que es lo que deben hacer los niños, cambia la cuenta de los años en el calendario y, junto con su primo Juan, empezó una costumbre desconocida en el Antiguo Testamento: recibió el nombre en el día de la circuncisión, cuando entraba a formar parte del pueblo de la Alianza.
2)      El contenido de ese nombre se realizó plenamente en este niño; era su misión, su tarea: compuesto de Yahvé y iash’a (salvar), Jesús significa : Yahvé salva/ Yahvé es el salvador.
Jesús y Salvador dicen lo mismo. Nombre de persona y nombre de tarea son intercambiables. Entonces ¿podemos decir que cuando la Virgen María cantó el Magnificat dijo: “Mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Jesús”? San Jerónimo diría que si: El que en latín dijera “salvación” en hebreo diría “Jesús”.  


Manuel IGLESIAS GONZÁLEZ

martes, 4 de febrero de 2014

EL PERDÓN.




La oposición deliberada y habitual a los deseos de Jesucristo es lo que constituye un serio obstáculo para la oración.
Jesús está siempre dispuesto a renovar nuestra unión, sin  que importe la frecuencia con que caigamos o la gravedad de nuestra caída, tan pronto como nosotros estemos decididos a renunciar a nuestro camino propio. De hecho, hay un tipo de amor y comprensión que nace del pecado perdonado. Los pecados pasados, los fallos pasados no tienen por qué interponerse nunca entre nosotros y Él; con tal que estemos verdaderamente arrepentidos constituyen solamente un nuevo vínculo.
Y también los temores del futuro y la falta de una completa buena voluntad, que procede de las debilidad y timidez humanas, no tienen por qué ser más que un nuevo título para recibir la ayuda de Aquel que vino a curar a los enfermos y a salvar a los pecadores. Solamente los que han aprendido a “gloriarse en sus flaquezas” saben plenamente qué unión íntima de oración y de trabajo pueden hacerse con Jesucristo sobre la base de la propia debilidad, de los propios fracasos e, incluso, de los pecados pasados.

Eugène BOYLAN