sábado, 18 de abril de 2015

LA ABSOLUCIÓN.


Lo más importante que hace el sacerdote es pronunciar las palabras de la absolución. Si hemos cumplido con nuestra parte - contrición, confesión, satisfacción - esas palabras producen en nosotros una fuerza tremenda, divina, porque la fórmula de la absolución no es la promesa de Dios de mirar por otro lado, de ignorar nuestros pecados o dejar atrás nuestro pasado. Tales nociones son absurdas y realmente incompatibles con un Dios omnisciente y eterno.

Las palabras de la absolución no son el balbuceo de un clérigo: son las palabras que Dios pronuncia sobre nosotros con su Poder - exactamente igual que, con su Poder, las pronunció sobre las aguas en la aurora de la creación, exactamente como las pronunció con su Poder sobre el pan cuando afirmó que era Su Cuerpo -. La palabra de Dios es creadora y eficaz. Ésa es, también, la clase de poder que Él ejerce en el sacramento de la confesión. Crear es producir algo de la nada. Con las palabras de la absolución, Dios nos renueva como si fuéramos una nueva creación. Así lo expresa David cuando dice: “Crea en mí, ¡oh Dios! un corazón puro”. Dios, por su parte, ha prometido que escuchará esta plegaria: “Os daré un corazón nuevo... os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne”.

Los efectos persistentes de los pecados, sobre todo los mortales, ciñen nuestras manos y nuestros pies como las vendas que rodearon el cadáver de Lázaro, y nos impiden hacer el bien, sentir amor o conseguir la paz eterna.

Sin embargo, todo cambia con las palabras de la absolución. Cuando los pecadores penitentes oyen esas palabra. Tendrían que experimentar una impresión no menor que la de los hombres, muertos hace ya mucho tiempo, al oír a Jesús decir: “¡Lázaro, sal fuera!”. El pecado es una muerte mucho mayor que la terminación de la vida del cuerpo. Así, por medio de la absolución, Cristo realiza un milagro mucho mayor que el que hizo en la tumba de Lázaro.

Scott HAHN.

jueves, 9 de abril de 2015

LAS AMISTADES BUENAS (Y MALAS).


 

La moral católica ensalza la amistad porque es cooperadora de la virtud. Ni siquiera condena los grados inferiores de la amistad, basados en la ganancia o la diversión, si la ganancia es honesta y la diversión lícita.. Las consecuencias de una verdadera amistad son tales que incluso san Juan Marie Vianney suspiraba: “Un poco de amistad es de lo único de lo que siento necesidad”. Montaigne confesaba haberse protegido de las pasiones carnales solo gracias a una buena amistad. O, como decía santo Tomás de Aquino, “es una virtud especial”.

Una verdadera amistad se da solo muy de vez en cuando. Por eso a quien se le es concedida también se le imponen unas obligaciones especiales. Es sobre todo la fidelidad. Ésta se manifiesta en la buena voluntad de evitar todo lo que podría dañar la amistad y cultivar aquello que la alimenta (conversaciones, cartas, paseos, etc..). Una espina que rompe la amistad es la falta de confianza. Nadie está obligado a una amistad confiada, pero una vez que ésta existe, destruirla va en contra de la caridad.

Una regla razonable es la siguiente: la amistad que nos hace mejores es buena. Sin embargo,. No todas las personas alcanzan este objetivo.

Toda virtud tiene su medida. Un deseo exagerado de amistad, una amistad exclusiva convierte la amistad en celos. Tampoco se puede descuidar por ella el trabajo o el estudio pues hace perder el tiempo y la energía a costa del progreso personal.

 

Cardenal Tomás SPIDLÍK

(1919  -  2010)

 

miércoles, 1 de abril de 2015

LOS TIEMPOS NO CAMBIAN.


 

Voy a procurar hacer una pobre comparación entre los tiempos de Moisés y los nuestros. Yo no soy experta, solamente me vienen ideas a la cabeza. Voy a coger algún texto de la Biblia y compararlo con lo que nos está pasando.

 

Levítico 26, 1..

No os hagáis ídolos, ni os alcéis cipos, ni pongáis en vuestra tierra piedras esculpidas para prosternaros ante ellos, porque SOY YO, Yavé, vuestro Dios.

 

Números 21, 4

Partió el pueblo judío en dirección al mar Rojo y el pueblo, impaciente murmuraba por el camino contra Dios y contra Moisés diciendo: "¿Por qué nos habéis sacado de Egipto a morir en este desierto? No hay pan, ni agua, y estamos cansados de un tan ligero manjar como este" . Mandó entonces Yavé contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, y murió mucha gente. El pueblo fue entonces a Moisés y le dijo: "Hemos pecado murmurando contra Yavé, pídele que aleje de nosotros las serpientes". Moisés intercedió por el pueblo a Yavé que le dijo: "Hazte una serpiente de bronce y ponla en un asta, y cuantos mordidos la miren, sanarán". (Imagen de Jesús en la Cruz)

 

¿Nosotros, no tenemos ídolos? El dinero, el bienestar exagerado y exigido sin esfuerzo de nuestra parte, el sexo que no es más que un fugaz placer si no hay compromiso serio, el poder por el poder si no es más que dominación, y no servicio a los demás, el olvido de Dios y el deseo de borrarle de nuestras almas (¿la Unión Europea no ha propuesto varias veces borrar el nombre de Dios de su Constitución?)  y tantas otras cosas....

Cada vez que el pueblo judío se olvidaba de Yavé, este permitía  una plaga, o una guerra, incluso destierros, a Babilona en particular.

Y nosotros ¿No tenemos nuestras plagas? Tifones, Tsunami. Huracán, inundaciones, etc..

Y ¿no tenemos nuestras guerras? Medio mundo está aplastado por las fuerzas del mal, tortura, esclavitud, emigración forzosa, atentados, incluso un suicidio personal que mató a 150 personas.

 

Reflexionemos. El pueblo judío se arrepentía, y Yavé también. ¿Y nosotros?

 

CHANTAL