Si el mundo supiera lo
que es amar un poco a Dios, también amaría al prójimo. Al amar a Jesús, al amar
a Cristo, también forzosamente se ama lo que Él ama. ¿acaso no murió Jesús de amor
por los hombres? Pues al transformar nuestro corazón en el de Cristo, también
sentimos y notamos sus efectos. Y el más grande de todos es el amor a la
voluntad del Padre, el amor a todo el mundo que sufre, que padece. Es el padre,
el hermano lejano, sea inglés, japonés o trapense; también el amor a María. En
fin ¿quién podrá comprender el Corazón de Cristo? Nadie, pero chispitas de ese Corazón
hay quien las tiene, muy ocultas, muy en
silencio, sin que el mundo se entere.
El camino es la dulce
Cruz, es el sacrificio, la renuncia, a veces la batalla sangrienta que se
resuelve en lágrimas del Calvario, o en el huerto de los Olivos; el camino,
Señor, es ser el último, el enfermo, el pobre oblato trapense que a veces sufre
junto a tu cruz. La suavidad del dolor sólo se goza sufriendo humildemente por
tí. Las lágrimas junto a tu cruz son un bálsamo en esta vida, y los sacrificios
y renuncias son agradables y fáciles cuando anima en el alma la caridad, la fe
y la esperanza.
San RAFAEL ARNAIZ
BARÓN.
(1911 -
1938)