martes, 31 de mayo de 2016

NO LOS RETIRES DEL MUNDO.


Los cristianos no se distinguen de los demás hom­bres ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vivir. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas o bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña; viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes esta­blecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria. Son ultrajados y ellos bendicen. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo.


Anónimo

viernes, 27 de mayo de 2016

LA JUVENTUD DE LA IGLESIA.


Hoy fijamos nuestro pensamiento en un aspecto pro­pio de Pentecostés: la animación sobrenatural producida por la efusión del Espíritu Santo en el cuerpo visible, social y humano de los discípulos de Cristo. Este efecto es la perenne juventud de la Iglesia. La humanidad que forma la Iglesia está bajo los influjos del tiempo, está encerrada, sepultada en la muerte; pero esta realidad no suspende ni interrumpe el testimonio de la Iglesia en la historia a lo largo de los siglos. Jesús lo anunció y lo prometió: Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Uno puede objetar en seguida, como tanta gente de hoy día: Quizá sí, la Iglesia es permanente, ya que existe desde hace dos mil años, pero, justamente por ser tan antigua, está envejecida. Para los espíritus abier­tos a la verdad, sin embargo, bastaría con decir que esta perennidad de la Iglesia es sinónimo de juventud. Es obra del Señor y es realmente admirable. La Iglesia es joven. El secreto de su juventud es su persistencia inalterable en el tiempo. El tiempo no hace envejecer a la Iglesia, la hace crecer, la estimula hacia la vida y la plenitud. Ciertamente, todos sus miembros mueren como todos los mortales, pero la Iglesia, como tal, no sólo tiene un principio invencible de inmortalidad más allá de la historia, sino que posee también una fuerza incalculable de renovación.
Beato Pablo VI
 

martes, 24 de mayo de 2016

NUESTRA ALEGRIA.


Dios ama al que da con alegría, dice san Pablo. El mejor medio para manifestar nuestro agradecimiento a Dios y a los demás es aceptarlo todo con alegría. Un corazón alegre es el resultado lógico de un corazón ardiente de amor. Los pobres se sentían atraídos por Jesús porque en él habitaba algo mayor que él, irra­diaba esta fuerza a través de sus ojos, sus manos, por todo su cuerpo. Todo su ser manifestaba la entrega de sí mismo a Dios y a los hombres.

¡Que nada nos pueda preocupar de tal modo que nos llene de tristeza y de desánimo, que nos quite el gozo de la resurrección! La alegría no es una simple cuestión de temperamento cuando se trata de servir a Dios y a las almas; exige siempre un esfuerzo. Esta es una razón más para intentar adquirirla y hacerla crecer en nuestros corazones. Incluso si tenemos poco para compartir, siempre nos quedará la alegría que nace de un corazón enamorado de Dios. Por todas partes del mundo, la gente está sedienta y hambrienta del amor de Dios. Nosotros respondemos a esta necesidad cuando sembramos la alegría. Es una de las mejores fortalezas contra la tentación. Jesús puede tomar plena posesión de un alma que se abandona en él con alegría.


Beata Teresa de CALCUTA

viernes, 20 de mayo de 2016

MI VIÑA.


Confieso que tengo todo el respeto por la explica­ción que ve en la parábola de la viña a la Iglesia uni­versal, a la viña de Cristo. Sin embargo, personalmente, me gusta considerar mi alma y también mi cuerpo, es decir, toda mi persona como una viña. No debo aban­donarla, sino trabajarla, cultivarla para que no la aho­guen los brotes o raíces extrañas, ni se vea agobiada por sus propios brotes naturales.
Tengo que podarla para que no se forme demasiada madera, cortarla para que dé más fruto. Sin falta tengo que rodearla de una valla para que no la pisoteen los viandantes y para que el jabalí no la devore. Tengo que cultivarla con mucho cuidado para que el vino no degenere en algo extraño, incapaz de alegrar a Dios y a los hombres o incluso que pueda entristecerlos. Tengo que protegerla con mucha atención, para que el fruto que con tanto trabajo se cultiva no sea robado furtiva­mente por los que en secreto devoran a los pobres. De la misma manera que el primer hombre recibió en el paraíso su viña y la orden de trabajarla y de guardarla, yo tengo que cultivar mi viña.

San Isaac de STELLA

martes, 17 de mayo de 2016

MI PAZ OS DOY.


El Espíritu de Dios es espíritu de paz; incluso cuando pecamos gravemente, nos hace percibir un dolor tran­quilo, humilde y confiado, debido precisamente a su misericordia. Por el contrario, el espíritu del mal, excita, exaspera, y nos hace experimentar, cuando faltamos, una especie de cólera contra nosotros; y sin embargo, deberíamos ejercer hacia nosotros mismos la primera de las caridades. Cuando estás atormentado por cier­tos pensamientos, esta agitación no proviene de Dios, sino del demonio; pues Dios, por ser espíritu de paz, te da la serenidad.

San Pio de PIETRELCINA

viernes, 13 de mayo de 2016

LA GLORÍA DE CRISTO.


En el evangelio Jesús nos habla de su glorifica­ción. Nos encontramos en la Última Cena y Jesús se refiere a su muerte y resurrección. Habla de sí mismo como el Hijo del hombre, porque verdaderamente morirá en la cruz reconciliándonos con Dios, y con la resurrección, su cuerpo será glorificado y subirá con él para siempre junto al Padre. La glorificación de Jesucristo supone el comienzo de algo totalmente nuevo. El libro del Apocalipsis nos habla de un cielo nuevo y una tierra nueva y de la nueva Jerusalén, que es la morada de Dios con los hombres. La fe en la resurrec­ción de Cristo nos lleva a mirar con esperanza el momento en que ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor.

Pero esa novedad no se refiere sólo al futuro, sino que ya impregna nuestra vida. Así, Jesús deja a sus apóstoles un «mandamiento nuevo». La novedad se manifiesta en nues­tra vida a través del mandamiento del amor. Como decía san Agustín, todo el mundo puede hacer la señal de la cruz, responder amén, hacerse bautizar e incluso construir basíli­cas, pero lo que distingue a los hijos de Dios es la caridad. Y Bossuet predicaba con fuerza: «Quien renuncia a la caridad fraterna renuncia a la fe, abjura del cristianismo, se aparta de la escuela de Jesucristo, es decir, de su Iglesia». Así que hemos de considerar la novedad de este mandamiento en toda su radicalidad y pedirle al Señor que nos haga redes­cubrirlo y nos dé la fuerza para cumplirlo.

David AMADO FERNÁNDEZ

miércoles, 11 de mayo de 2016

EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.


Cristo es al mismo tiempo el camino y el término: el camino en función de su humanidad, el término en fun­ción de su divinidad. Así pues, como hombre dice: Yo soy el camino, y como Dios añade: la verdad y la vida. Estas dos palabras expresan muy claramente el término de este camino, que es la meta del deseo humano. Cristo es el camino para llegar al conocimiento de la verdad, puesto que él mismo es la verdad: Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Y Cristo es el camino para llegar a la vida, puesto que él mismo es la vida: Me enseñarás el sendero de la vida.



Si buscas por dónde has de ir, agárrate a Cristo, puesto que él mismo es el camino: es el camino, sigúele. Y san Agustín comenta: «Camina siguiendo al hombre y llegarás a Dios». Porque es mejor cojear a lo largo del camino que andar a grandes pasos fuera del camino. El que cojea durante el camino, aunque no adelante mucho, se acerca a la meta; pero el que anda fuera del camino, cuanto más valientemente corre, tanto más se aleja de ella. Si buscas a dónde debes ir, únete a Cristo, porque él en persona es la verdad a la cual deseamos llegar: Es la verdad que mi boca medita. Si buscas dónde debes permanecer, únete a Cristo, porque él en persona es la vida: El que me encuentre encon­trará la vida.

Santo Tomás DE AQUINO




domingo, 8 de mayo de 2016

LA VIDA CONTEMPLATIVA.




La vida contemplativa es la vida del cielo. Gracias al amor de unión con Dios, el hombre traspasa su ser de criatura para descubrir y saborear la riqueza y las deli­cias de la esencia del mismo Dios, que deja que fluyan sin cesar en lo más escondido del ser humano allí donde la nobleza de éste es semejante a la de Dios. Cuando el hombre recogido y contemplativo llega a encontrar su imagen eterna, y cuando, en esta nitidez, gracias al Hijo, encuentra su lugar en el seno del Padre, es ilumi­nado por la verdad divina.

Porque es preciso saber que el Padre celestial, abismo viviente, a través de las obras y con todo lo que vive en él, se vuelve hacia su Hijo como hacia su eterna Sabiduría, y esta misma Sabiduría, con todo lo que vive en ella y a través de sus obras, se refleja en el Padre, es decir, en este abismo del cual ella ha salido. De este encuentro brota la tercera Persona, la que es entre el Padre y el Hijo, es decir, el Espíritu Santo, su común amor, que es uno con ellos en unidad de naturaleza. Este amor abraza y atraviesa con fruición al Padre, al Hijo y a todo lo que vive en ellos, y esto con una profusión y un gozo tal que todas las criaturas quedan absortas en un silencio eterno. Porque la maravilla inaccesible, escondida en este amor, sobrepasará eternamente a la comprensión de toda criatura.
Beato Juan VAN RUYSBROECK






martes, 3 de mayo de 2016

ESPIRITU SANTO Y ORACIÓN.


Jesús nos ha conseguido el envío del Espíritu Santo. Aunque el Espíritu es un Don —precisa­mente uno de sus nombres es el de Don—, y es, por tanto, gratuito, podemos y debemos hacer de nuestra parte para atraer ese Don. No hemos de ol­vidar que el Paráclito es fruto de la Cruz. Ésa es la interpretación mística de la muerte de Cristo en la Cruz: «inclinando la cabeza, entregó su Espíri­tu» (Jn 19, 30), avalada por el hecho que después de la lanzada saliese agua y sangre de su costado herido. «El agua que sale del costado traspasado de Jesús es vista por Juan como el cumplimiento de la promesa sobre los ríos de agua viva que brotarían de su seno y como signo del Espíritu que recibirían los que creyeran en Él (cfr. Jn 7, 39). Lo que fue la paloma en el Bautismo de Jesús (cfr. Jn 1, 32), es ahora el agua en este bautismo de la Iglesia; es de­cir, un símbolo visible de la realidad invisible del Espíritu. Tenemos una confirmación explícita de ello en el mismo evangelista, cuando, refiriéndose ciertamente, a este momento, habla de las tres co­sas que dan testimonio de Jesús: el Espíritu, el agua y la sangre (1 Jn 5, 8). El agua y la sangre son los vehículos sacramentales a través de los cuales el Espíritu actuará en la Iglesia, o, sencillamente, los símbolos de su efusión acaecida sobre la Iglesia»33.

Para recibir el Espíritu Santo acudimos a los sa­cramentos, especialmente a la Eucaristía, renovación sacramental de ese sacrificio de la Nueva Alianza, en donde se nos da junto con el Cuerpo de Cristo su Espíritu.

La oración de petición es otro medio para con­seguir el Santo Espíritu. «Pedid y recibiréis, bus­cad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros si un hijo le pide un pan le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará en vez de un pez una serpiente? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión?» Y el Se­ñor concluye: «Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Le 11, 13).

Javier FERNÁNDEZ-PACHECO