jueves, 28 de julio de 2016

¿POR QUÉ TENER MIEDO?.


Hijos míos, pase lo que pase, recordad que yo estoy siempre con vosotros. Acordaos de que, visible o invi­sible, despierto o dormido, vigilo siempre, estoy por todas partes, soy todopoderoso. No tengáis jamás ningún temor, ninguna inquietud: estoy ahí, vigilo, os amo, lo puedo todo... ¿Qué más hacer por vosotros?... Acordaos de las tempestades, cuando erais tranqui­lizados con una palabra, haciendo suceder una gran calma. Tened confianza, fe, y coraje; no os inquietéis por vuestro cuerpo y vuestra alma, pues yo estoy ahí, todopoderoso, y amándoos.

Pero que vuestra confianza no nazca de la dejadez, de la ignorancia de los peligros, ni de vuestra confianza o la de otras criaturas. Los peligros que corréis son inmi­nentes: los demonios, enemigos fuertes y astutos, vues­tra naturaleza pecadora y el mundo mismo os harán una guerra encarnizada. Y en esta vida, la tempestad es casi constante, y vuestra barca está siempre a punto de zozobrar. Más no olvidéis que estoy ahí, con voso­tros, iesta barca es insumergible! Desconfiad de todo, sobre todo de vosotros, pero tened una confianza total en mí, que he desterrado toda inquietud.


Beato Carlos de Foucauld

viernes, 22 de julio de 2016

LA FE.


¿Cómo obtuvo el centurión la gracia de la curación de su siervo? «Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: ve, y va; al otro: ven, y viene; y a mi criado: haz esto, y lo hace. Si yo, un hombre sometido al poder de otro, tengo el poder de mandar, ¿qué no podrás tú de quien depende toda potestad?» Y el que esto decía era un pagano, centurión para más señas. Se comportaba allí como un soldado con grado de centurión; sometido a autoridad y constituido en autoridad; obediente como subdito y dando órdenes a sus subordinados.

Si bien el Señor estaba incorporado al pueblo judío, anunciaba ya que la Iglesia habría de propagarse por todo el orbe de la tierra, a la que más tarde enviaría a los apóstoles: él, no visto pero creído por los paganos; visto y muerto por los judíos. Y así como el Señor, sin entrar físicamente en la casa del centurión -ausente con el cuerpo, presente con su majestad-, sanó su fe y a su misma familia, así también el Señor en persona sólo estuvo corporalmente en el pueblo judío; entre las demás gentes ni nació de una virgen, ni padeció, ni recorrió sus caminos, ni soportó las penalidades huma­nas, ni obra las maravillas divinas. Nada de esto en los otros pueblos. Y sin embargo, en Jesús se cumplió lo que se había dicho: Un pueblo extraño fue mi vasallo. El mundo entero oyó y creyó.

San Agustín

lunes, 18 de julio de 2016

LA VERDAD.


Señor, hay tantas necesidades en el mundo. A ti encomiendo a todos los pobres, a todos los enfermos y turbados: a todos los que sufren. Atrae a ti sus cora­zones. Haz que sus ojos se abran a tu verdad. Guía a los que buscan. Lleva a casa a los extraviados. Señor, tú eres la verdad omnipotente y la sabiduría sin fin: atrae a ti cuanto esté lejos de ti. Acércanos a todos cada vez más a ti.

Abre los ojos a los hombres para que conozcan la verdad. Enséñales a querer el bien y a luchar por él con alegría. Haz que se descubran como hermanos y hermanas. Con nuestras propias fuerzas no pode­mos obtener la paz. Haz que se implante primero en nuestros corazones, y después podrá unir también a los pueblos entre sí. Reúne a todos los hombres en la unidad de la fe para que haya un solo reino, una sola comunión de todos en ti. A ti encomiendo a todos los difuntos. Acógelos en tu paz.

Romano Guardini

viernes, 15 de julio de 2016

EL PERDÓN.


Aquel que mata en actos terroristas alimenta en su interior el desprecio por la humanidad, dando prue­bas de la desesperanza de cara a la vida y al futuro. La violencia terrorista... es totalmente contraria a la fe en Cristo Jesús, que enseñó a sus discípulos esta oración: Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdo­namos a los que nos ofenden. En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del cora­zón en contra del instinto espontáneo de pagar mal por mal. Esta opción encuentra su elemento de com­paración en el amor de Dios, que nos acoge a pesar de nuestros pecados, y su modelo supremo es el perdón de Cristo, que oró así en la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

El perdón tiene, pues, una raíz y una medida divinas. Pero esto no excluye que se pueda encontrar el valor del perdón a la luz de consideraciones fundadas sobre el buen sentir humano. La primera de estas consideracio­nes concierne a la experiencia vivida interiormente por todo ser humano cuando comete el mal. Se da cuenta entonces de su fragilidad y desea que los otros sean indulgentes con él. ¿Por qué, entonces, no actuar de la misma manera de cara a los demás? Todo ser humano alimenta en su interior la esperanza de poder comen­zar de nuevo, de iniciar una vida nueva, y no quedar para siempre prisionero de sus errores y de sus faltas.

San Juan Pablo II

martes, 12 de julio de 2016

LA SOBERBIA.


La Ley dice: O/o por ojo, diente por diente. A través de los santos mandamientos, Cristo nos enseña a puri­ficar nuestras pasiones a fin de que éstas no nos hagan caer de nuevo en los mismos pecados. Nos muestra la causa que nos hace llegar al desprecio y a la trans­gresión de los preceptos de Dios, y nos proporciona el remedio para que podamos obedecer y ser salvados.

¿Cuál es el remedio y la causa de este desprecio? Escuchad lo que nos dice el mismo Señor: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encon­traréis el descanso para vuestras almas. De manera breve, con una sola palabra, nos muestra la raíz y la causa de todos los males junto con su remedio, fuente de todos los bienes. Nos enseña que lo que nos hace caer es la soberbia, y que no es posible alcanzar mise­ricordia sino por la humildad, que es la disposición con­traria. De hecho, la soberbia engendra el desprecio y la desobediencia que conduce a la muerte, mientras que la humildad engendra obediencia y la salvación de las almas. Yo entiendo la verdadera humildad no como rebajarse de palabra y en actitudes, sino como una dis­posición verdaderamente humilde en lo más íntimo del corazón y del espíritu. Por esto dice el Señor: Yo soy manso y humilde de corazón. El que quiera encon­trar el verdadero descanso para su alma que aprenda a ser humilde.

San Doroteo de Gaza

viernes, 8 de julio de 2016

LA OBEDIENCÍA EN MARÍA.


No sabes lo que la obediencia es capaz de realizar por un sí, por un simple sí... Que se haga en mí según tu palabra, y María se convierte en madre de Dios. Diciendo su sí se declara esclava del Señor y conserva intacta su virginidad, tan estimada por ella misma y por Dios. Por este sí de María, el mundo obtiene la salva­ción, la humanidad es rescatada. Entonces, procuremos nosotros también cumplir la voluntad de Dios y diga­mos sí todos los días al Señor.

Que María haga florecer en tu alma nuevas virtudes y que te guarde. Ella es el mar que hay que atravesar para llegar a las costas esplendorosas de la eternidad. Permanece, pues, siempre con ella. Apóyate en la cruz de Cristo, a ejemplo de María. Encontrarás un gran ali­vio y fortaleza. María permanecía de pie bajo la cruz, junto a su Hijo crucificado. En ningún momento Jesús la amó tanto como en aquel trance de sufrimientos intolerables.

San Pío de Pietrelcina

lunes, 4 de julio de 2016

EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE UNIDAD.


El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. La consecuencia es clara: no podemos comulgar con el Señor si no comulgamos entre noso­tros. Si queremos presentaips ante él, también debe­mos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la poli­lla del resentimiento, sino abrir el corazón a la mag­nanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión del otro.

La Eucaristía es sacramento de la unidad. Pero, por desgracia, los cristianos están divididos, precisamente en el sacramento de la unidad. Por eso, sostenidos por la Eucaristía, debemos sentirnos estimulados a tender con todas nuestras fuerzas a la unidad plena que Cristo deseó ardientemente en el Cenáculo. Quisiera reafir­mar mi voluntad de asumir el compromiso fundamental de trabajar con todas mis energías en favor del resta­blecimiento de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo. Soy consciente de que para eso no bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que entren en los cora­zones y sacudan las conciencias, estimulando a cada uno a la conversión interior, que es el requisito de todo progreso en el camino del ecumenismo.

Benedicto XVI