martes, 31 de enero de 2017

EL AISLAMIENTO DEL ALMA.


La aparición del capitalismo, el avance de las cien­cias físicas en detrimento de la filosofía, la corrupción del principio de autoridad, la expansión del escepticismo y, en fin, la proliferación del terror fueron los frutos grana­dos de la mefítica Reforma. Y todos ellos contribuyeron al mayor mal de todos, que a juicio de Belloc es el aisla­miento del alma, «una pérdida del sustento colectivo, del sano equilibrio producido por la existencia común, por la certidumbre pública y la voluntad general». Un aisla­miento del alma que, en el orden social, provoca ince­santes energías destructivas, a veces saldadas mediante guerras, a veces mediante revoluciones, creadoras siem­pre de descontento social. Un aislamiento del alma que erige, sobre las ruinas de los lazos colectivos que garan­tizaba la fe, sucesivos ídolos políticos (llámense Estado o nación) que ya nada tienen que ver con el auténtico amor a la patria. Un aislamiento del alma, en fin, que en el orden filosófico da lugar a extravagancias en apa­riencia antípodas, pero íntimamente fraternas: primero, la extravagancia de creer que la razón humana es sufi­ciente para dar fundamento a toda la vida del hombre; luego, la extravagancia opuesta, según la cual la razón humana no tiene autoridad ni aun en su propia esfera. Todos estos monstruos de la razón (idealismos, raciona­lismos, materialismos, nihilismos varios) que, a la postre, conducen al hombre a un vacío atroz, tienen su origen y explicación en la Reforma, cuyo espíritu se resume «en una negación y desafío universales lanzados contra toda institución y todo postulado».

Belloc concluye advirtiendo que este aislamiento del alma terminará empujando a los europeos a la supers­tición y a la inanidad, a menos que vuelvan a abrazar la idea que da sustento a Europa, la fe católica y romana que constituye su única sustancia, frente a la amenaza incesante de los bárbaros. En este año en que vamos a escuchar muchas paparruchas buenistas (incluso en boca de quienes más obligación tienen de alumbrarnos) sobre el infausto Lutero y su obra demoledora conviene leer (¡y releer!) Europa y la fe, de Hilaire Belloc. •

Juan Manuel DE PRADA

viernes, 27 de enero de 2017

TESTIGO DE DIOS.



Toda criatura existe para dar testimonio de Dios, puesto que toda criatura es como una prueba de su bondad. La grandeza de la creación da testimonio, a su manera, de la fuerza y el poder omnipotente de Dios, y su belleza da testimonio de la divina sabiduría. Ciertos hombres reciben de Dios una misión especial: dan testimonio de Dios no tan solo desde el punto de vista natural, por el hecho de existir, sino más bien de manera espiritual, a través de sus buenas obras. Sin embargo, los que no se contentan con solo recibir los dones divinos y actuar de manera conforme a la gra­cia de Dios, sino que comunican sus dones a otros a través de la palabra, dándoles ánimos y exhortándo­los, estos son, de manera aún más especial, testigos de Dios. Juan es uno de estos testigos; vino a difundir los dones de Dios y anunciar sus alabanzas.

Esta misión de Juan, su papel de testigo, es de una grandeza incomparable porque nadie puede dar testi­monio de una realidad más que en la medida en que participa de ella. Jesús dijo: Hablamos de lo que sabe­mos y damos testimonio de lo que hemos visto. Ser testigo de la verdad divina supone conocer esta ver­dad. Por eso, Cristo tuvo también este papel de testigo: Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Pero Cristo y Juan tenían papeles diferentes. Cristo poseía esta luz en sí mismo; más aún, él era esta luz; mientras que Juan tan solo participaba de ella. Cristo dio un testimonio completo porque manifestó perfectamente la verdad. Juan y los demás santos no lo hacen sino en la medida en que reciben esta verdad.

Misión sublime la de Juan: implica su participación en la luz de Dios y su semejanza con Cristo que tam­bién llevó a cabo esta misión.

Santo Tomás de Aquino

Dominico italiano, se le considera guía principal del pensamiento católico en filosofía y teología. Es doctor de la Iglesia (1225-1274).


martes, 24 de enero de 2017

VINO JUAN.


Juan afirmó lo que vosotros oísteis, cuando le conta­ron, para excitar sus celos, que Jesús hacía muchos dis­cípulos. Sus amigos le dicen, como si él fuera envidioso: "Jesús tiene más discípulos que tú». Pero Juan había reconocido lo que era; y por eso, mereció estar unido con Cristo, porque no se atrevió a atribuirse lo que era de Cristo. He aquí lo que dice: «Un hombre no puede atribuirse nada, salvo lo que ha recibido del Cielo»... El no obtiene la alegría de sí mismo. El que quiera encon­trar la causa de su alegría en sí mismo, estará siempre triste; pero el que quiera encontrar su alegría en Dios, estará siempre alegre, porque Dios es eterno. ¿Quieres tener una alegría eterna? Átate al que es eterno. Esto es lo que hizo Juan.

Es la voz del esposo lo que alegra al amigo del esposo, y no su propia voz; se mantiene en pie y escucha... «Esta es mi alegría, y me siento colmado. Tengo mi propia gracia, no deseo nada más, por miedo a perder lo que he recibido». ¿Cuál es esta alegría? «Se llena de alegría al oír la voz del esposo». Que los hombres com­prendan pues, que no deben regocijarse de su propia sabiduría, sino de la que han recibido de Dios. Que no busquen otra cosa, y así no perderán lo que han encon­trado... Juan reconoció que lo había recibido todo; dijo que estaba alegre a causa de la voz del esposo, y aña­dió: «Mi alegría está colmada».

SAN AGUSTÍN

Oriundo de Tagaste (en la actual Argelia), fue obispo de Hipona. Es uno de los cuatro grandes padres de la Iglesia latina.

Es doctor de la Iglesia (354-430).

viernes, 20 de enero de 2017

MARÍA, MADRE Y MODELO.

A través de María, podemos comprender mejor en qué consiste la santidad. En su concepción inmaculada hay un privilegio singularísimo. Dios la preservó de todo pecado en orden a su maternidad divina. Pero la dotó de una ver­dadera santidad. No se trataba, como cuando se dispone un quirófano para una operación, de garantizar su absoluta asepsia para evitar cualquier posible infección. Dios elige y prepara a la santísima Virgen para acercarse. Y la misma santidad de que participa María la aproxima más a todos los hombres. De ahí que sea natural que nosotros la sintamos cercana. La Inmaculada es obra maestra del amor de Dios, que va a colaborar con todo su ser, a la mayor manifestación de ese amor: Dios nos va a dar a su propio Hijo. Durante el pasado Año santo pudimos meditar en profundidad cómo la santidad que Dios nos ofrece por su misericordia tiene
un efecto inmediato: nos mueve a querer estar cerca de los demás, especialmente de los que sufren, de los abandona­dos, de los pobres.
En tercer lugar, en María encontramos un ideal. En el evangelio leemos la primera aparición de María. El aire de la escena, tan bien reflejado por algunos pintores como Fray Angélico, nos describe con toda sencillez la gran libertad de la Virgen. Sorprende la serenidad y, al mismo tiempo, el carác­ter total de su entrega. No es la espontaneidad de un movi­miento reflejo, sino la decisión de un alma que quiere con todas sus fuerzas, pero con total naturalidad. No hay división en ella entre lo que es y la misión que se le encomienda. Lo que el ángel le propone corresponde totalmente a lo que ella es. Por ello, en la vida de María encontramos sufrimiento, pero nunca frustración. Ella va a pasar por la oscuridad de la fe, pero nunca se va a sentir descolocada. Es así porque ella quiere lo que Dios quiere y por eso se mueve siempre en esa armonía profunda


David AMADO FERNÁNDEZ 

martes, 17 de enero de 2017

VENID A MÍ.


La plenitud a la que Jesús lleva a la fe tiene otro aspecto decisivo. Para la fe. Cristo no es solo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no solo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver. En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto que nos construye la casa, en el farmacéutico que nos da la medicina para curarnos, en el abogado que nos defiende en el tribunal. Tenemos necesidad también de alguien que sea fiable y experto en las cosas de Dios. Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios. La vida de Cristo -su modo de conocer al Padre, de vivir totalmente en relación con él- abre un espacio nuevo a la experiencia humana, en el que podemos entrar.

La importancia de la relación personal con Jesús mediante la fe queda reflejada en los diversos usos que hace san Juan del verbo credere. Junto a «creer que» es verdad lo que Jesús nos dice, san Juan usa tam­bién las locuciones «creer a» Jesús y «creer en» Jesús. «Creemos a» Jesús cuando aceptamos su Palabra, su testimonio, porque él es veraz. «Creemos en» Jesús cuando lo acogemos personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante el amor y siguiéndolo a lo largo del camino.

La fe cristiana es fe en la encarnación del Verbo y en su resurrección en la carne; es fe en un Dios que se ha hecho tan cercano, que ha entrado en nuestra historia.

Francisco

Jesuíta argentino, actual sucesor de san Pedro al frente de la Iglesia Católica (J936-).

viernes, 13 de enero de 2017

LO DIÓ TODO.


Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Esta es la última oración de nuestro Maestro, nuestro Amado. ¡Ojalá sea también la nuestra! No solo la oración de nuestro último instante, sino la de todos los instantes.



Padre mío, a tus manos me encomiendo. Padre mío, me confío a ti, Padre mío, me abandono a ti. Padre mío, haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy gra­cias, te doy gracias por todo.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, te doy gra­cias por todo, con tal que se haga en mí tu voluntad, oh Dios, con tal de que se haga tu voluntad en todas tus criaturas, en todos tus hijos, en todo lo que tú amas.
No anhelo nada más, Dios mío. Entrego mi espíritu a tus manos, te lo doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te quiero y me lo exige el amor que te tengo: abandonar todo, sin medida, entre tus manos. Me confío a ti, con inmensa confianza porque tú eres mi Padre.

Beato Carlos de Foucauld Militar y explorador, se hizo sacerdote. Murió asesinado por una banda de forajidos en el Sahara argelino (1858-1916).


martes, 10 de enero de 2017

DE JUAN BAUTISTA A JESÚS.

Juan, al enviar a sus discípulos a Jesús, se preocupó de la ignorancia de estos, no de la suya propia, porque él mismo había proclamado que alguno vendría para la remisión de los pecados. Pero para hacerles saber que no había proclamado a ningún otro que Jesús, envió a sus discípulos a que vieran sus obras a fin de que ellas dieran autoridad a su anuncio y que no esperaran a ningún otro Cristo fuera de aquel que sus mismas obras habían dado testimonio de él.

Y puesto que el Señor se había revelado enteramente a través de sus acciones milagrosas, dando la vista a los ciegos, el andar a los cojos, la curación a los leprosos, el oído a los sordos, la vida a los muertos, la instrucción a los pobres, dijo: Dichoso el que no se sienta defrau­dado por mí.
¿Acaso Cristo había ya hecho algún acto que pudiera escandalizar a Juan? Por supuesto que no. En efecto, se mantenía en su propia línea de ense­ñanza y de acción. Pero es preciso estudiar el alcance y el carácter específico de lo que dice el Señor: la Buena Nueva es recibida por los pobres. Se trata de los que habrán perdido su vida, que habrán tomado su cruz y le habrán seguido, que llegarán a ser humildes de corazón y para los cuales está preparado el reino de los cielos. Y porque el conjunto de sus sufrimientos iba a converger en los del Señor y su cruz iba a ser un escán­dalo para un gran número de ellos, declaró dichoso a aquellos cuya fe no sucumbiría a ninguna tentación a causa de su cruz, su muerte, su sepultura.

San Hilario

Nació en Poitiers, ciudad de la que fue obispo. Por luchar contra la herejía arriana sufrió el destierro;

es doctor de la Iglesia (t 367).


martes, 3 de enero de 2017

LOS ANGELES DE LA GUARDIA


Los ángeles se ocupan activamente de nosotros en la Iglesia. No hay ningún cristiano que por muy humilde que sea no tenga un ángel para servirle, si vive por la fe y el amor. Aunque ellos sean tan excelsos, glorio­sos, puros, tan maravillosos que su sola vista hace que nos postremos, como le sucedió al profeta Daniel, con todo, son nuestros servidores y nuestros compañeros de trabajo. Ellos velan sobre nosotros, nos defienden si nosotros estamos enraizados en Cristo. Ellos forman parte de nuestro mundo invisible, y en alguna ocasión se manifiestan, como al patriarca Jacob.
Jacob no conocía más que el mundo visible; no cono­cía el mundo invisible y, sin embargo, el mundo invisible estaba allí, aunque Jacob no hizo nada para provocar su presencia, la cual solo se revela sobrenaturalmente. Tuvo la revelación en un sueño:


Una escalinata apo­yada en la tierra, y lo alto tocaba el cielo; los ánge­les de Dios subían y bajaban por la
de la muerte. No, existe ya ahora, aunque nosotros no lo veamos: está entre nosotros, en torno nuestro. Así se le mostró a Jacob; los ángeles estaban a su alrede­dor, allí mismo. Estos espíritus bienaventurados alaban a Dios día y noche, y nosotros, desde nuestro estado, también los podemos imitar.
Beato John Henry Newman Nace en Londres; convertido del anglicanismo, fue presbítero, cardenal y fundador de una comunidad religiosa (1801-1890).