martes, 28 de febrero de 2017

LA SIEMBRA EN LA GALERÍA DE LOS GENTILES.


El evangelio nos narra los inicios del ministerio público de Jesús. El Señor no empieza su predicación en Jerusalén, donde estaba el centro físico del culto de Israel, sino en una zona que era vista con cierto desprecio por parte del judaismo: Galilea de los gentiles. Continuamente descu­brimos cómo el amor del corazón de Cristo lo mueve hacia los desfavorecidos, hacia los despreciados. Va a una tierra que vive en tinieblas para llevar la luz. Si aplicamos toda la profecía de Isaías, que leemos en la primera lectura, vemos que Jesús empieza allí a mostrar la salvación que conlleva la alegría. Este texto nos mueve a muchas consideraciones. Por una parte, está todo lo que ha dicho el papa Francisco sobre «una Iglesia en salida», que busca a los que aún no conocen a Cristo para mostrarles su misericordia. También nos habla de que nadie debe ser dejado de lado por un prejuicio. El poder de transformar los corazones viene de la gracia.

San Mateo resume así el inicio de la predicación de Cristo: Convertios, porque está cerca el Reino de los cielos. La sal­vación es algo que se nos da, pero que ha de ser acogido. El Reino no se instaura de forma violenta. No es así el proceder de Dios. De ahí que se haga una llamada a la conversión. Se indica así también que solo se participa verdaderamente de ese reino si nos abrimos al amor de Dios. De nada nos ser­viría que todo se transformara a nuestro exterior si no fué­ramos capaces de participar de ello.

DAVID AMADO FERNÁNDEZ

viernes, 24 de febrero de 2017

EL SUFRIMIENTO Y LA FE.


El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor... La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han reci­bido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la santa Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar.
Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una pre­sencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, inició y completa nuestra fe.
Francisco
Jesuíta argentino, actual sucesor de san Pedro al frente de la Iglesia Católica (1936-).

martes, 21 de febrero de 2017

LA ORAC IÓN DE CONTEMPLACI ÓN.


La oración une al alma con Dios. Aunque nuestra alma sea siempre semejante a Dios por su naturaleza, restaurada por la gracia, de hecho a menudo se distan­cia de su semejanza a consecuencia del pecado. La ora­ción nos muestra que el alma debe querer lo que Dios quiere; reconforta la conciencia; la hace apta para recibir la gracia. Dios nos enseña así a rogar con una confianza firme de que recibiremos aquello por lo que rezamos; porque nos mira con amor y quiere asociarnos con su voluntad y con su acción benéficas. Nos incita pues a rezar por lo que le agrada; Parece decimos: «¿Qué es lo que podría gustarme más que veros rezar con fer­vor, sabiduría e insistencia con el fin de cumplir mis deseos?». Por la oración pues, el alma se une con Dios.

Pero cuando por su gracia y su cortesía, nuestro Señor se revela a nuestra alma, entonces obtenemos lo que deseamos. En este momento, no vemos otra cosa que debamos pedir. Todo nuestro deseo, toda nuestra fuerza están totalmente fijos en él para contemplarlo. Es una oración elevada, imposible de sondear, me parece. Todo el objeto de nuestra oración es estar unido, por la visión y por la contemplación, a aquel al que rogamos, con una alegría maravillosa y un temor respetuoso, con una dul­zura y deleite tal que no podemos rogar más, en estos momentos, que por donde él nos conduce.

Lo sé, cuanto más Dios se revela al alma, más tiene sed de él, por su gracia. Pero cuando no lo vemos, entonces sentimos la necesidad y la urgencia de rogar a Jesús, a causa de nuestra debilidad y de nuestra incapacidad.

Juliana de Norwich

Mística inglesa venerada por católicos, anglicanos y luteranos (1342-después de 1416).

 

viernes, 17 de febrero de 2017

LA LEY Y LA PALABRA.


Es un día de sábado cuando el Señor Jesús comienza a realizar curaciones, para significar que la nueva crea­ción comienza donde lo antiguo se había parado, y también para señalar desde el principio, que el Hijo de Dios no está sometido a la Ley sino que es supe­rior a la Ley, que no destruye la Ley sino que le da plenitud. El mundo fue creado por el Verbo, no por la Ley, como lo leemos: Por la Palabra del Señor los cielos han sido hechos. La Ley pues no es destruida sino llevada a la plenitud, con el fin de renovar al hom­bre caído. Por eso el apóstol Pablo dice: Liberaos del hombre viejo; revestios del hombre nuevo, que ha sido creado según Cristo.

Por eso, es justo que el Señor comience a realizar sus obras en sábado, para mostrar que es el Creador, continuando la obra que él mismo había comenzado antaño. Como el obrero que está a punto de reparar una casa, comienza, no por los cimientos sino por el tejado; comienza a demoler lo que está arruinado. Liberando al poseso, comienza por lo menor para lle­gar a lo más grande: hasta hombres pueden librar del demonio -por la palabra de Dios, es verdad- pero ordenar a los muertos que resuciten, pertenece solo al poder de Dios.

San Ambrosio

Noció en Tréveris (Alemania). De familia y educación romana, fue obispo de Milán, elocuente predicador y gran catequeta: convirtió y bautizó a san Agustín. Es doctor de la Iglesia (340-397).

martes, 14 de febrero de 2017

A CADA EDAD SU ILUSIÓN.


Adoración de los Reyes... poderosos de la tierra humi­llan sus cabezas ante la humilde cuna de un Niño... Oro, incienso y mirra venido de Oriente... Ansiedad en los corazones. Polvo de los caminos recorridos de noche, guiados por una estrella. ¿Dónde está aquel que ha nacido?... Han pasado veinte siglos... Almas que tam­bién recorren los caminos de la tierra como los Magos de Oriente, siguen preguntando al pasar: ¿Habéis visto al que ama mi o/mo.?También ahora es una estrella de luz la que va iluminando nuestro camino; nos lleva a la humildad de un portal, y nos muestra aquello que nos ha hecho salir fuera de los muros de la ciudad. Nos enseña a un Dios, que siendo dueño de todo, de todo carece. Al creador de la luz y calor del sol, padeciendo frío... Al que viene al mundo por amor a los hombres, de los hombres olvidado.

También ahora como entonces, hay almas que buscan a Dios... Mas, por desgracia, no todos llegan a encon­trarlo; no todos miran a la estrella que es la fe, ni se atreven a adentrarse en esos caminos que conducen a él, que son la humildad, el renunciamiento, el sacrificio y casi siempre la Cruz.



Cuando esta noche en el coro, me acordaba, sin yo quererlo, de mis días infantiles, de mi casa... de los Reyes..., mis hábitos blancos me decían otra cosa... También yo, como los Magos, vine a buscar un portal... Ya no soy niño, a quien hay que dar juguetes. Las ilusio­nes ahora son más grandes y no son de esta vida... Las ilusiones del mundo, como juguetes de niño, hacen feliz cuando se esperan..., después, todo es cartón. Ilusiones del cielo... ilusión que dura la vida y que después no defrauda. ¡Qué contentos volverían los Magos después de haber visto a Dios! Yo también le veré..., no hay más que esperar un poco. Pronto llegará la mañana y con ella la luz. ¡Qué feliz será el despertar!
San Rafael Arnaiz Barón
Joven monje tropeóse, uno de los grandes místicos del siglo XX. Sus numerosos escritos se han difundido ampliamente.
Fue canonizado en el año 2009 (1911-1938).


viernes, 10 de febrero de 2017

NATANAEL


El evangelista Juan nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael acercarse, exclama: Ahí tenéis a un israelista de verdad, en quien no hay engaño. Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: Dichoso el hombre... en cuyo espíritu no hay fraude, pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asom­brado: ¿De qué me conoces? La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael.

Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente.

Y así responde con una confesión de fe límpida y her­mosa, diciendo: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael presentan un doble aspecto complemen­tario de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado.

No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario, reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue.

Benedicto XVI

martes, 7 de febrero de 2017

EL AISLAMIENTO DEL ALMA


La aparición del capitalismo, el avance de las cien­cias físicas en detrimento de la filosofía, la corrupción del principio de autoridad, la expansión del escepticismo y, en fin, la proliferación del terror fueron los frutos grana­dos de la mefítica Reforma. Y todos ellos contribuyeron al mayor mal de todos, que a juicio de Belloc es el aisla­miento del alma, «una pérdida del sustento colectivo, del sano equilibrio producido por la existencia común, por la certidumbre pública y la voluntad general». Un aisla­miento del alma que, en el orden social, provoca ince­santes energías destructivas, a veces saldadas mediante guerras, a veces mediante revoluciones, creadoras siem­pre de descontento social. Un aislamiento del alma que erige, sobre las ruinas de los lazos colectivos que garan­tizaba la fe, sucesivos ídolos políticos (llámense Estado o nación) que ya nada tienen que ver con el auténtico amor a la patria. Un aislamiento del alma, en fin, que en el orden filosófico da lugar a extravagancias en apa­riencia antípodas, pero íntimamente fraternas: primero, la extravagancia de creer que la razón humana es sufi­ciente para dar fundamento a toda la vida del hombre; luego, la extravagancia opuesta, según la cual la razón humana no tiene autoridad ni aun en su propia esfera. Todos estos monstruos de la razón (idealismos, raciona­lismos, materialismos, nihilismos varios) que, a la postre, conducen al hombre a un vacío atroz, tienen su origen y explicación en la Reforma, cuyo espíritu se resume «en una negación y desafío universales lanzados contra toda institución y todo postulado».
Belloc concluye advirtiendo que este aislamiento del alma terminará empujando a los europeos a la supers­tición y a la inanidad, a menos que vuelvan a abrazar la idea que da sustento a Europa, la fe católica y romana que constituye su única sustancia, frente a la amenaza incesante de los bárbaros. En este año en que vamos a escuchar muchas paparruchas buenistas (incluso en boca de quienes más obligación tienen de alumbrarnos) sobre el infausto Lutero y su obra demoledora conviene leer (iy releer!) Europa y la fe, de Hilaire Belloc. •

Juan Manuel de Prada

viernes, 3 de febrero de 2017

EL CORDERO.


En el Apocalipsis, el apóstol Juan escribe: Vi enton­ces en medio del trono... un Cordero en pie con señales de haber sido degollado. Cuando el vidente de Patmos contempló esta visión, aún estaba vivo en él el recuerdo inolvidable de ese día junto al Jordán, cuando Juan el Bautista le señaló al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Pero el Señor, ¿por qué había elegido el cordero como símbolo privilegiado? ¿Por qué se mostró incluso de ese modo en el trono de la eterna gloria? Porque él estaba libre de pecado y era humilde como un cordero; y porque él había venido para dejarse llevar como cor­dero al matadero. Todo eso también lo presenció Juan cuando el Señor se dejó atar en el Monte de los Olivos. Allí, en el Gólgota, fue llevado a cumplimiento el autén­tico sacrificio de reconciliación. A partir de entonces, los antiguos sacrificios perdieron su eficacia; y pronto desaparecerían del todo, igual que el antiguo sacerdo­cio, cuando el templo fue destruido. Todo esto lo vivió Juan de cerca. Por eso no le asombraba ver al Cordero en el Trono.



Igual que el Cordero tuvo que ser matado para ser elevado sobre el trono de la gloria, así el camino hacia la gloria conduce a todos los elegidos para el banquete de bodas a través del sufrimiento y de la cruz. El que quiera desposar al Cordero tiene que dejarse clavar con él en la cruz. Para esto están llamados todos los que están marcados con la sangre del Cordero, y estos son todos los bautizados. Pero no todos entienden esta llamada y la siguen.

Santa Teresa Benedicta de la Cruz [Edith SteinJ Carmelita descalza y mártir; es copatrona de Europa (1891-1942).