La moral católica ensalza la amistad porque
es cooperadora de la virtud. Ni siquiera condena los grados inferiores de la
amistad, basados en la ganancia o la diversión, si la ganancia es honesta y la
diversión lícita.. Las consecuencias de una verdadera amistad son tales que incluso
san Juan Marie Vianney suspiraba: “Un poco de amistad es de lo único de lo que
siento necesidad”. Montaigne confesaba haberse protegido de las pasiones
carnales solo gracias a una buena amistad. O, como decía santo Tomás de Aquino,
“es una virtud especial”.
Una verdadera amistad se da solo muy de vez
en cuando. Por eso a quien se le es concedida también se le imponen unas
obligaciones especiales. Es sobre todo la fidelidad. Ésta se manifiesta en la
buena voluntad de evitar todo lo que podría dañar la amistad y cultivar aquello
que la alimenta (conversaciones, cartas, paseos, etc..). Una espina que rompe
la amistad es la falta de confianza. Nadie está obligado a una amistad
confiada, pero una vez que ésta existe, destruirla va en contra de la caridad.
Una regla razonable es la siguiente: la
amistad que nos hace mejores es buena. Sin embargo,. No todas las personas
alcanzan este objetivo.
Toda virtud tiene su medida. Un deseo
exagerado de amistad, una amistad exclusiva convierte la amistad en celos.
Tampoco se puede descuidar por ella el trabajo o el estudio pues hace perder el
tiempo y la energía a costa del progreso personal.
Cardenal Tomás SPIDLÍK
(1919
- 2010)
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