Jesús sufre cuanto nos ama: la
intensidad de su dolor es directamente proporcional a la intensidad de su afecto.
Por fortuna, el corazón no comporta solo vulnerabilidad, sino también capacidad
de alegrarse. De ahí que la alegría que procuramos al Señor también se
multiplica por lo mucho que nos quiere. Un pequeño detalle de cariño le produce
un gozo quizás cien veces más grande que el nuestro en las mismas circunstancias.
Entre sus sentimientos y los nuestros no hay solo una diferencia de intensidad sino
también de calidad. Su afecto es el más hermoso que jamás haya existido porque
no está contaminado por el egoísmo: no hay vanidad en sus alegrías , y sus
penas nada tienen que ver con el orgullo herido. Goza y sufre únicamente porque
ama. El desamor solo le hace sufrir porque ve truncado su deseo de contribuir a
nuestra felicidad.
Michel ESPARZA
Sintonía con Cristo.
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