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De forma recurrente surge la
pregunta de hacia dónde se encamina el mundo. A veces es formulada desde el
temor, porque vemos la degradación del planeta, de los valores, los conflictos
que persisten y aumentan en tantas partes, o el aumento de las desigualdades
entre los hombres. En otras ocasiones, desde el optimismo, se afirma que
estamos mejor y que el progreso que nos traen la ciencia y la técnica nos aseguran un futuro de harmonía y bienestar.
Los cristianos no permanecemos
ajenos a estas preocupaciones y somos conscientes de nuestra responsabilidad a
la hora de contribuir a la mejora en el mundo en que vivimos. Sin embargo,
nuestra mirada ante el sentido de la historia no se reduce al horizonte de lo
material. Nuestra preocupación y empeño por construir la ciudad eterna está
iluminad por la palabra de Cristo, que nos habla de su retorno glorioso.
Como señaló repetidas veces
Benedicto XVI, somos un pueblo que avanza hacia el encuentro del Señor que he
de volver. Ese caminar no le realizamos saliendo de este mundo, sino ordenando
nuestra vida y todas las cosas hacia Él. Ello incluye tanto la preocupación por
el estudio de la verdad y las aplicaciones que se siguen de los conocimientos
científicos, como el cultivo de la belleza en las artes y, sobre todo, la
práctica de la bondad como expresión del amor que se nos ha manifestado en
Cristo y que se nos ha dado. En él encontramos el verdadero motor de la historia.
David AMADO FERNÁNDEZ
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