Cuando en Roma, Miguel Ángel (t 1564) cincela su Pieta en el mármol, en Ulm (al sur de
Alemania), Niklaus Weckmann (t 1536) talla en madera de tilo un Jesús
arrodillado en el huerto de Getsemaní. Aquí tenemos, pues, en la cubierta de Magníficat, el rostro de este Cristo, uno de los más
bellos y más increíblemente expresivos que jamás haya creado un artista. En
este conmovedor rostro, la mirada es como una ventana abierta al alma de Cristo
justo después de haber confiado a Pedro, Santiago y Juan: «Mi alma está triste
hasta la muerte». Triste pero no abatida; angustiada pero no atormentada,
implorante pero no desesperada. Es la mirada del hombre interior que, en medio
de la prueba, dialoga con quien es más íntimo a sí mismo que él mismo. Pero es
también la mirada del hombre que ya barrunta en la noche la sombra de la muerte
que llega. Es también la mirada del hombre que interroga el silencio de Dios.
Es, en definitiva, la mirada de toda la humanidad que, como un solo hombre,
escruta su destino para leer en él el cumplimiento de un designio inteligente,
amable, amoroso...
Los
ultrajes del tiempo, si no destruyen una escultura de arte, a menudo la
embellecen. Esto se verifica especialmente en los bronces a los que la pátina
de siglos da un brillo incomparable. Es también así, pero de otra manera, en
las maderas policromadas. Lo demuestra este rostro: su policromía está
desgastada, la madera está dañada, carcomida por los gusanos. Sin embargo, aun
maltratada de esta manera, la obra se ha vuelto aún más hermosa, más verdadera
que al salir de las manos de su creador. ¿Cómo es posible? Ultrajado por el
tiempo, este rostro se ha convertido en un verdadero icono de nuestra
naturaleza humana herida. De esta manera, nos permite contemplar algo
impensable: ¡el icono de nuestra naturaleza herida representa al Dios vivo y
verdadero! En este rostro del Hijo del hombre, los labios entreabiertos dejan
escapar la más perfecta profesión de fe, de amor y de esperanza: «Padre, que no
se haga mi voluntad, sino la tuya».
Pierre-Marie DUMONT
[Traducido del original francés por Pablo
Cervera Barranco]
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