Hace pocos meses apareció en español la
autobiografía del P. Walter J. Ciszek titulada Caminando por valles oscuros. Este jesuíta americano se ofreció como
voluntario para evangelizar la Unión Soviética. Arriesgando su vida y con un
gran deseo de hacer apostolado, se unió a un grupo de deportados con destino a
los Urales. Pero pronto se encontró con que nadie le hacía caso. Hablar de
Dios no sólo resultaba peligroso sino, al parecer, también innecesario porque
a nadie le interesaba. Así pronto empezó a desanimarse y a pensar que su
entrega, su oración y sus sacrificios no valían para nada. La cosa aún se
complicó más porque fue acusado de espionaje, encerrado en la cárcel y
finalmente condenado a 15 años
de trabajos forzados en Siberia.
En ese continuo descendimiento, en el que
se mezclaban los sentimientos de fracaso y de culpa, el P. Ciszek hizo este descubrimiento: «Dios, en su providencia, no
deja vivir en paz a los hombres hasta la crisis del corazón que, antes o
después, los convierte. Hasta que no perdí por completo la esperanza en mis
propias fuerzas y capacidades, hasta que mis fuerzas no entraron
definitivamente en bancarrota, no me rendí. Sólo puedo llamar a esto una
experiencia de conversión. Como toda gracia, fue un don gratuito de Dios».
Actualmente está abierto su proceso de canonización.
En este ejemplo vemos cómo nuestra
vocación, como padre de familia, consagrado, miembro fiel de la iglesia, sacerdote.
.., no es ajena a nuestra propia conversión y santificación. La misericordia que debemos comunicar antes
la hemos recibido y es Dios quien generosamente nos la ofrece a diario. ♦
David AMADO FERNÁNDEZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario