La primera vez que un amigo me dijo: "la Iglesia habla poco de los políticos",
yo le respondí: "Quizá porque tú no has leído sus documentos, no olvides
lo que el mismo Concilio dice: la Iglesia
considera digna de alabanza y de atención la labor de quienes se consagran al
servicio de los hombres para alcanzar el bien común y aceptan las cargas de
este servicio." "No, me contestó, yo no hablo del Papa o los
obispos, sino de la poca luz que los curas de a pie, a los que escuchamos cada
domingo, arrojáis sobre la actividad
política".
¡Caramba! Pues ¿no resulta que puede ser verdad? Así que me he puesto a
discurrir: en qué página del Evangelio coloco yo al político? Sin duda, en la parábola
del Buen Samaritano, porque el político, como el Samaritano, debe ser el hombre
que se detiene ante las necesidades de los demás, sin importarle mancharse con
polvo del camino. Y es capaz de tocar las llagas del que sufre, buscarle remedios,
cargar con su dolor y trasladarlo a la posada. Sí, el político debe ayudar
hasta el punto de buscar cómo pagar el cuido del que sólo tiene
¿Cuál de los tres se hizo prójimo del
que cayó en manos de los ladrones? Preguntó
Jesús. Él que se compadeció de él, le
contestó el doctor. Si a nuestros políticos les duele el pueblo, ¡qué gran
vocación la suya!
Lorenzo ORELLANA.
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