viernes, 1 de mayo de 2015

NO TENEMOS SUEÑOS PEQUEÑOS.


Cada mañana, al levantarme, tengo que soportar un terrible anuncio en la radio que dice algo así como: “No tenemos sueños baratos”. Previamente nos ha ido leyendo la mente adivinando nuestros más íntimos deseos: un yate, un avión privado, un viaje, etc. No sé si me provoca tanta nausea el anuncio en sí, o que sea de ente público como es Loterías y Apuestas del Estado.

He estado un tiempo indagando sobre los motivos por los que tan infausto anuncio me estomaga; hasta que hoy me he dado con una idea clara y distinta. Me provoca nauseas porque es mentira. El “no tenemos sueños baratos”, debe cambiarse por “no tenemos sueños pequeños”. Lo que suele pasar es que la adultez llega con prisa y nos cambia el sentido de las palabras y el sentido de la vida. Rebajamos nuestros sueños hasta hacerlos a la medida banal de lo que creemos que los demás desean. Con la inestimable colaboración de la publicidad y la economía de mercado llegamos a creernos que solo merece la pena lo que tiene un precio desorbitado.

Pero no siempre fue así. Recordemos cuando fuimos adolescentes. Un adolescente, en medio de su confusión, solo tiene claras dos cosas: lo que no  quiere ser y que lo que desea es algo verdadero y grande. Los jóvenes no tienen sueños pequeños. Quizás esa desproporción entre el deseo y la realidad es la que les lleve a madurar a través de la decepción, la renuncia y la reconstrucción de su personalidad. Pero es ineludible: nadie puede crecer sin un sueño, más grande que él mismo. y, sin embargo, los adultos no hacemos más que insistirles en que asienten la cabeza,  que sean realistas, que no desperdicien su vida. Por eso se nos vuelven tan desafiantes e impertinentes y nos echan en cara la incoherencia entre nuestros valores y nuestros estilos de vida. A veces dan el blanco de nuestras decepciones, y huimos adelante. Y pocos adultos se sientan a hablar con ellos tranquilamente.

Francisco Javier LUENGO MESONERO.

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