El itinerario de la
vida espiritual va de menos a más. Por ejemplo, María nos conduce a Jesús y, a través
de él, accedemos a la familiaridad con Dios Padre. A su vez ese honde sentido
de filiación divina es el preludio de una auténtica vida contemplativa que nos
adentra en la intimidad de la Santísima Trinidad. De la trinidad de la tierra,
pasamos a la Trinidad del Cielo, estableciendo en el Dios Uno y Trino nuestra
morada permanente. Quiere el Señor que llegue el momento en el que nuestro corazón
permanezca en Él como pez en el agua..
La participación en esa
vida trinitaria no es solo nuestra meta definitiva en el Cielo. Ya en la
tierra, si somos fieles al compromiso bautismal, el Espíritu inhabita en
nuestras almas, y con Él, también las otras dos personas divinas. Al referirse
a esa maravilla, Jesús afirma de quien cree en Él: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva . (Jn7,38)
Sintonía con Cristo.
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