Conocemos el amor que tú
nos has dado, sin límites, indecible; es luz inaccesible, luz que actúa en
todo. En efecto, ¿qué hay que no haga esta luz, y qué no es ella? Ella es
encanto y gozo, dulzura y paz, misericordia sin fin, abismo de compasión.
Cuando la poseo, no me doy cuenta, tan solo la veo cuando se va. Me afano para
capturarla, y se esfuma enteramente. No sé qué hacer, y me consumo. Con lágrimas
y gran humildad aprendo a pedir y a buscar y a no considerar como cosa posible
lo que está por encima de la naturaleza, ni como efecto de mi poder o del
esfuerzo humano, lo que viene de la compasión de Dios y de su infinita
misericordia.
Esta luz nos conduce de
la mano, nos fortifica, nos enseña, mostrándose, pero huyendo cuando tenemos
necesidad de ella. No es cuando queremos -eso es solo para los perfectos - sino
cuando estamos perturbados y completamente agotados que viene en nuestra ayuda.
Aparece y la veo desde lejos y me concede sentirla en mi corazón. Grito hasta
ahogarme de tanto que la quiero atrapar, pero todo es noche, y vacías quedan
mis manos. Lo olvido todo, me siento y lloro, desesperando por verla otra vez.
Tras mucho llorar, viene misteriosamente y vuelvo a deshacerme en lágrimas sin
saber que está allí, iluminando mi espíritu con una dulcísima luz.
San SIMEÓN EL NUEVO
TEÓLOGO. 949 - 1022
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