El Niño del pesebre
extiende sus bracitos, y su sonrisa parece decir ya lo que más tarde pronunciaran
los labios del hombre: Venid a mí todos
los que están fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. ¡Sígueme! Así dicen las m anos del Niño como más tarde lo
harán los labios del hombre. Así hablaron al discípulo que el Señor amaba y que
ahora también pertenece al séquito del pesebre. Y san Juan, el joven de corazón
limpio como un niño, lo siguió sin preguntar a donde o para qué. Abandonó la
barca del padre y siguió al Señor por todos los caminos hasta la cima del Gólgota.
Sígueme!: esto oyó también el joven
Esteban. Siguió al Señor en la lucha contra
el poder de las tinieblas, contra la ceguera de la obstinada incredulidad; dio
testimonio de Él con su palabra y con su sangre.
Éstas son las figuras
luminosas que se arrodillan en torno a los pastores del pesebre: los tiernos
niños inocentes, los confiados pastores, los humildes reyes, Esteban, el discípulo
entusiasta, y Juan, el discípulo predilecto. Todos ellos siguieron la llamada
del Señor. Frente a ellos se alza la noche de la incomprensible dureza y de la ceguera:
los escribas, que podían señalar el momento y el lugar donde el Salvador del
mundo habría de nacer, pero que fueron incapaces de deducirlo y aceptarlo; el
rey Herodes, que quiso quitar la vida al Señor de la Vida. Ante el Niño en el
pesebre se dividen los espíritus. Él pronuncia su "Sígueme" y el que no
está con él está contra él. Él nos habla también a nosotros y nos coloca frente
a la decisión entre la luz y las tinieblas.
Santa TERESA BENEDICTA DE
LA CRUZ (Edith Stein)
1891 - 1942
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