El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros;
cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en
las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible
forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el Testigo
por excelencia y el modelo del testimonio cristiano. La primera forma de
testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y la
comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. Todos en la
Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio,
que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros.
El testimonio evangélico al que el mundo es más sensible es el de la
atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños,
con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que
contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir
preguntas precisas que orientan hacia Dios y el evangelio. Incluso trabajar por
la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana es un
testimonio del evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.
San JUAN PABLO II
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