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"CON
LA MEDIDA QUE MIDAÍS, SEREÍS MEDIDOS VOSOTROS."
Una
interpretación superficial sería la siguiente:
Dios recompensará con largueza a los que son generosos en el amor y el perdón,
parcamente a aquellos cuya actitud hacia el prójimo es mezquina. Este versículo
posee sin embargo un significado más profundo que el del castigo o la
recompensa dictados por Dios de acuerdo con nuestra conducta. De hecho, no es
Dios quien castiga, sino el hombre el que se castiga a sí mismo (como en el
juicio final). El versículo se limita a
enunciar una “ley” inherente a la existencia humana: quien se niega a perdonar,
quien se niega a amar, antes o después acabará siendo víctima de su falta de
amor. El mal que hacemos o el que queremos para los demás siempre se vuelve
contra nosotros. Quien adopta una actitud de estrechez de corazón hacia el
prójimo padecerá esa misma estrechez. Al reducir al otro a un juicio, un
desprecio, un rechazo o un rencor, me envuelvo en una red que terminará por
ahogarme. Mis aspiraciones más profundas – al absoluto, al infinito –
tropezarán con barreras infranqueables y nunca se verán realizadas. Mi falta de
misericordia hacía los demás me condena a un mundo estrecho, un mundo
asfixiante de cálculos, intereses y cábalas. Basta un mínimo de lucidez y
realismo para constatar esta ley y su implacabilidad: no saldrás de allí hasta que devuelvas el último céntimo. (Mt 5, 26).
Jacques
PHILIPPE
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