Hay dos diferentes visiones
acerca del objetivo de la meditación
Algunas veces se subraya su
naturaleza reflexiva y se la considera como un medio para formarse una idea de
Dios, de la vida humana de su Hijo, de las verdades surnaturales, para formar
convicciones, las cuales son la fuente principal de nuestra vida espiritual. En
otra ocasiones se subordina la reflexión a la producción de afectos, y se
tiende, sobre todo, a los actos que se han de hacer.
Podría decirse que el primer
punto de vista la ve como una tarea de la cabeza, mientras el segundo la
considera como una labor del corazón. Este contraste es demasiado violento.
Aunque las reflexiones, teóricamente hablando, son distintas en absoluto de los
afectos, en la práctica, sin embargo, no pueden separarse tan fácilmente.
Nadie puede poner en duda el
valor de la reflexión sistemática para la formación de la vida espiritual, pero
hay muchas almas que encuentran tal dificultad en perseverar en ella que corren
el peligro de abandonar el ejercicio sin sustituirlo por otro. Para disminuir ese peligro hacemos
hincapié en el aspecto afectivo de la oración mental e insistimos al mismo tiempo en la importancia
de la lectura espiritual. Estas dos recomendaciones se han de tomar en conjunto;
ambas son partes indispensables de un plan único que consiste en combatir la
tendencia a la concentración. Además, insistimos en que la meditación, en el
sentido de un pensamiento informal y frecuentemente espontáneo acerca de
asuntos espirituales, durante el curso del día, no se ha de abandonar nunca. Y
en segundo lugar, que el alma ha de estar siempre dispuesta a utilizar
consideraciones formales, siempre y cuando cese de haber facilidad para la
formación de actos.
La oración mental y la lectura espiritual
(o sus equivalentes) son, normalmente, esenciales para una vida espiritual saludable.
La lectura espiritual y la consiguiente reflexión informal a la cual conduce,
sirven para la formación de aquellas ideas y convicciones que se intentan con
la meditación sistemática.
Puede venir un momento en que
ni la consideración, ni los afectos son posibles en la oración, y la aridez y
las distracciones son tales que sentimos la necesidad de una ayuda. Santa
Teresa se encontró incapaz de orar sin un libro durante más de catorce años.
Sin embargo han de tener cuidado en no pasarse todo el tiempo de la oración en
mera lectura, sino que han de hacer frecuentes pausas, bien para intentar
producir algunos afectos, con palabras o sin ellas, bien para permitir el desarrollo
de algún afecto que se haya podido producir por la lectura. Aunque no se haga
más que una pausa para murmurar solamente el nombre de Jesucristo o el de su
Santísima Madre, podemos estar muy satisfechos con esos intentos de oración.
Eugène BOYLAN
Dificultades en la oración
mental.
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