G
E T S E M A N I
I
(Tristis est anima mea )
La
tristeza doblaba
Las ramas de los olivos,
Oprimiendo la tierra
Y a un hombre postrado en la
tierra :
Cuanta angustia en su pecho.
Acongojado,
No puede mantenerse en pie,
Tiembla arrodillado y doblegado
Por la soledad,
Y a pesar del relente de la noche
Suda copiosamente,
Un sudor de sangre que empapa el
suelo :
Es un grito silencioso que nadie
oye.
Rebelarse
quisiera frente a la injusticia
Que en la nocturnidad se trama,
Cuyo rumor nadie oye, solo la
victima,
Solo él.
Solo,
Sin nadie que le acompañe,
Sus amigos se quedaron dormidos.
Cuánta tristeza en un alma justa,
En el abandono de muchos,
La indiferencia de otros
Y el odio que le persigue, porque
es un hombre bueno.
La noche se enciende de ojos
Fosforescentes, como de chacales
:
De canes salvajes que husmean su
presa,
Desnudo en su inocencia,
Indefenso.
Qué
tristeza en los olivos
Y en el aire y en la noche y en
el alma
De un hombre solo.
Qué tristeza en el centro del
mundo.
Y, nosotros, dormidos.
Quien
fuera capaz de oír el grito
De un hombre postrado en el
suelo,
En el polvo de todas las tierras,
en el barro de todas las calles :
En medio de los que trafican,
De los que hacen sus componendas
;
De los que venden armas,
De los que venden drogas,
De los que comercian con el
hambre, el dolor y la miseria ;
De los que se enriquecen con la
inocencia
Prostituida,
Con los vencidos,
Con los débiles.
La
noche se puebla de ojos que lloran
De los niños famélicos de
hinchados vientres,
Y de las madres de flácidos senos
que no pueden
Saciar su hambre.
Las lágrimas de los que sufren
Son un torrente inmenso
Que lo inunda todo.
Y es sudor de sangre de un hombre
solo,
Hundido en la angustia, la
soledad y el sufrimiento,
Porque es victima de la
injusticia ;
De todas las injusticias de todos
los tiempos.
Postrado en tierra, golpes en sus
espaldas
La tristeza que dobla las ramas
de los olivos.
Y, nosotros, durmiendo.
II
(Transeat a me cáliz iste)
En la noche cósmica,
En el silencio supremo del
abandono,
En la opresión angustiosa de la
injusticia,
Un ángel de luto le ofrece una
copa.
Es la copa rebosante de todos los
malos,
De las maldades humanas.
La copa del dolor del pueblo
indefenso
Que
marcha al exterminio,
Desbocados los terribles caballos
negros de la muerte ;
La sangre de los mártires y de
los justos
Y de los pobres que ignoran por
qué mueren ;
Es la copa del horror de los
abrasados
Por el fuego atómico ;
De los que murieron aplastados
bajo las cadenas
De los carros de combate ;
De los que fueron segados por las
ráfagas
Del fusilamiento ;
Del dolor de los ojos inocentes y
puros
De sus pequeñuelos que miran sin
comprender,
Con una mirada vacía, que no le
reconocen
A Él, que sufre por ellos,
Porque fueron privados de la luz
de la verdad.
El
cáliz del ángel enlutado está dispuesto a beber,
En medio de las risas
De las hienas que lo rodean ,
De los canes que lo acechan ;
Risas de burla, rabiosas, de
dientes relucientes ;
Risas histéricas, estridentes,
horrorosas ;
Risas de odio porque le creen
vencido ;
Risas de los triunfadores inicuos
de todos los tiempos
Sobre sus victimas ;
Risas que son muecas espantosas,
Sin alegría,
De los poderosos de la tierra,
Que no descansan porque siempre
apetecen más.
En
medio del clamor
De las risas y de los llantos y
de los rumores de la conjura,
Un hombre solo, en el polvo,
Dispuesto a apurar el cáliz de
amargura.
Y, nosotros, durmiendo..
III
(Ego sum).
Se
han serenado los cielos,
El tiempo se ha quedado en
suspenso :
En medio de los olivos del silencio
Un hombre en pie, erguido
Sobre la tierra,
Un hombre solo.
Porque
ha asumido el dolor
Y ha aceptado la muerte :
Porque se levanta frente a la
injusticia
Y abraza su destino,
Un hombre en la plenitud de su
dignidad.
Él es nuestro valedor, ahora
podemos dormir.
En
el fondo de las tinieblas
El murmuro de la conjura,
El ruido apagado de los esbirros,
De las espadas y de los garrotes
Y la luz de las linternas que
perforan la oscuridad.
Sabe
que se acercan,
Que vienen a buscarle para darle
muerte,
Que va a ser entregado por el
traidor.
Cuando los oye que llegan con
pasos furtivos,
Envalentonados por el número, las
espadas y los garrotes,
Les sale al encuentro,
Pacífico, solo y desarmado,
Con su sola dignidad de hombre
Que ha triunfado de la
angustia :
Yo
soy.
(La turba confundida cae en
tierra,
Nosotros, despavoridos, salimos
huyendo.)
Málaga
julio 1990.
E C C E
H O M O
Hay un hombre
inocente
Ante el Tribunal inicuo
Que lo va a juzgar.
No tiene valedores,
Ni quien lo defienda.
Viene con la sola verdad de sus
palabras :
Qué poca defensa es la verdad
Ante los jueces prevaricadores.
No miran la ley y la justicia,
Están atentos a su sola
conveniencia :
Qué poca cosa es la inocencia
Cuando se desprecia la verdad.
Temerosos
de la luz del día
Han juzgado en las tinieblas de
la noche,
A la hora en que se traman todas
las infamias :
En las tinieblas fraguaron la
conjura
Que lo llevará al suplicio.
Un
hombre inocente
En la desnudez de su humanidad
ultrajada :
Un hombre condenado
Al que no se le encontró delito.
Sobre la burla de sus derechos
Los inicuos han reanudado sus
relaciones
Poniendo fin a sus rencillas,
Ellos que ignoran la amistad.
La inocencia de la victima no les
importa,
Han preferido volver a sus
complicidades,
Pretendiendo con la muerte del
justo
Salvar al pueblo.
Las prebendas, las haciendas y
arrogancias
Son los motivos inconfesados
De los inicuos salvadores de los
pueblos.
El
magistrado que juzga
Con la sabiduría jurídica del
pueblo romano,
Le declaró inocente :
Pero por cobardía y conveniencia
Ha pronunciado sobre El una
condena que no merece,
Declarando ignorar qué es la
verdad.
Qué molesta es la verdad
Para el prepotente, el soberbio y
el altivo,
Y para el juez prevaricador.
A
través de todos los tiempos
Perdura la sentencia injusta,
Porque todos somos
prevaricadores,
Todos :
Los que cerramos los ojos
Por egoísmo o cobardía,
Aceptando como verdad la mentira
O sonriendo a la mentira del
poderoso ;
Y los que doblamos las espaldas
reverentes,
Y los que aplaudimos sus
ocurrencias,
Y los que callamos atemorizados,
Todos.
Dictamos sentencia injusta.
Nosotros,
Los hipócritas y sumisos
Que esperamos la dádiva,
Los que no nos comprometemos
Pretendiendo pasar
desapercibidos,
Para disfrutar escondidos y en
silencio
De nuestra posición y beneficios.
El
magistrado injusto
Conociendo la verdad de su
sentencia inicua,
Quiere aliviar su conciencia
Apelando a la piedad del pueblo,
Para que indulte al reo
Que él, obligado en justicia, no
quiso absolver
Implicando a todos en la condena
Cuando la iniquidad del fallo
Añade la acción de los corruptos
Que intenta corromper a los
otros,
Para hacerlos cómplices de sus
maldades.
Escupido,
llagado, flagelado,
Ha sido presentado ante las
turbas :
Es objeto de burlas y del odio
Azuzado por los manipuladores.
Lleva
los atributos de su realeza
Que la crueldad ha convertido
En corona de espina y cetro de
caña.
Es rechazado porque el silencio
acusa,
Porque es espejo de sus
conciencias ;
No viéndole quisieran evitar los
remordimientos
Que les impiden gozar de sus
delitos :
Qué molesta es la presencia de
los inocentes,
Qué terrible acusación el
silencio de los justos.
Un
hombre inocente,
Victima entre todas las victimas,
Ante todos los que lo condenan,
Ante todos nosotros,
Al que no pudieron despojarle de
su dignidad real :
Un hombre que sufre la condena
injusta,
En silencio,
Por acatar las voluntad del
Padre.
Málaga,
17 de octubre 1990
V I A
D O L O R O S A
Ha caído al suelo
Agobiado
Bajo el peso del madero.
Un madero enorme,
Es el peso del mundo.
Le pusieron sobre sus hombros
Y sus brazos lo rodean
afanosamente,
Pero sus fuerzas flaquean
Y no lo puede llevar.
Ha caído al suelo,
En el polvo ;
Es la tercera vez.
Blasfeman los sayones,
Las turbas gritan despiadadas,
Los soldados, indiferentes,
Esperan apoyados en las lanzas
Las mujeres lloran.
Hijas de Jerusalén
Que habéis encontrado al Amado
--en qué estado—
Llorad por vosotras,
Llorad por nosotros
Llorad :
Por los inicuos
Y por los que nos creemos justos,
Porque sus maldades
Y nuestras complicidades
Han creado una máquina
Con dientes de hierro,
Que nos triturará todos.
.
Como uvas en el lagar
Serán nuestras vidas ;
Como mosto viscoso
Correrá nuestra sangre
Por la redondez de la tierra.
Temen los sayones que el reo
fallezca,
No es así como debe morir,
Su muerte ha de ser una muerte
legal :
La establecida en la condena,
La decretada antes de todos los
tiempos,
La que previeron los profetas,
La que se reserva al Rey.
Le ayudan los esbirros a
levantarse,
No es la compasión la que los
mueve,
Sino el deseo de taladrar sus
pies y sus manos
Clavados
En el madero.
Los soldados, indiferentes ;
Atrancados postigos y ventanas,
Escondidos sus moradores
Temiendo pongan en sus hombros
Aquella pesada carga,
Como ocurrió a Simón de Cirene.
Ciega y sorda la Ciudad ,
Desiertas sus calles y plazas,
Cerrados los recintos de justicia
De los palacios de David.
Simón ha cargado con el leño,
Resuenan las voces de mando,
Se pone en marcha el cortejo,
Restallan los látigos,
Aumentan los gritos,
Arrecian las voces,
Lloran las mujeres sin consuelo.
Salen por la Puerta judiciaria,
Jerusalén queda desierta,
Sola en sus murallas de piedra,
Nostalgia en sus calles y plazas,
Aguardando la hora del juicio,
La hora de su ruina,
Porque ha ignorado el momento
De su visitación.
C O N S U M A T U M E S T
Ha muerto
Clavado,
Desnudo,
Expoliado,
Abandonado.
Elí, Elí,
Lamma sabactaní.
Has muerto
Fuera de las murallas,
Entre los malhechores,
En la cumbre del mundo.
¡Cuántos muertos olvidados!
En los mares,
En la tierra,
En las minas,
En los hielos árticos
Y en las arenas ardientes,
En las esquinas de cualquier
ciudad.
El fuego de la explosión
Les heló la sangre,
El hambre
Vació sus estómagos,
El hierro
Cercenó sus cabezas.
¡ Cuantos muertos en el olvido!
-
Elí, Elí,
-
Lamma sabactaní.
Tuviste sed
Y bebiste hiel,
Te arrebataron la túnica
Y se la jugaron a los dados,
Te quedaba tu Madre
Y nos la diste a nosotros.
Estabas desnudo
Frente a tu Ciudad,
Entre la tierra y el cielo,
Clavado
En el madero.
¡Cuánto dolor en la tierra ;
Que oscuridad en el cielo ¡
Con tus ojos anublados
Viste llegar las tinieblas
Y en la soledad de tu muerte
Has gritado
- Elí, Elí,
- Lamma sabactani.
En medio del odio
De los que te rodean,
Que de ti se burlan
Y mueven sus cabezas ;
En el suplicio,
Tú,
Abres los brazos
Entregas tu cuerpo,
Ofreces tu sangre,
Sacerdote eterno
Victima inocente
Perdonas muriendo.
Todo se ha consumado,
Has muerto.
Las tinieblas oscurecen el mundo,
La tierra se hunde en la noche
Y tiembla el firmamento.
No eres un vencido,
Tú triunfas sobre la muerte,
Sobre la maldad humana,
Elevado sobre la tierra
Lo atraes todo hacia Ti.
Estás triunfando en tu trono,
Extiendes tu heredad hasta las
islas,
Muriendo en la cruz has vencido
Al Príncipe de este Mundo.
Hay una luz en tu rostro,
La que iluminó al bandido,
Es la verdad trascendente
Que percibió el soldado,
Aquél que con su lanza
Te traspasó el costado.
Es la luz de tu rostro
En las tinieblas que oscurecen la
tarde.
Se ha rasgado el velo del Templo,
Se han abierto los ojos de
muchos,
Los que andaban en las tinieblas
han visto
Una gran luz.
Sobre la Ciudad cae la noche,
En el mundo un hombre muere.
El la oscuridad una luz se enciende,
Se rasga el velo de las
apariencias.
Nuestros ojos se abren al día,
Percibimos tu muerte como un
triunfo,
Entendemos tu agonía como
ofrenda.
No me dejes, Señor, en la noche,
No me olvides, Señor, en la
angustia,
No apagues la luz que me llega,
Ábreme a la esperanza
Que vuela sobre la muerte.
Rasga el velo de mis ojos
Que oscurece mi vista,
Para que yo también vea
Que solo Tú, Señor, eres
Camino, Verdad y Vida.
AMEN.
Málaga,
1992.
I
(Tristis est anima mea )
La
tristeza doblaba
Las ramas de los olivos,
Oprimiendo la tierra
Y a un hombre postrado en la
tierra :
Cuanta angustia en su pecho.
Acongojado,
No puede mantenerse en pie,
Tiembla arrodillado y doblegado
Por la soledad,
Y a pesar del relente de la noche
Suda copiosamente,
Un sudor de sangre que empapa el
suelo :
Es un grito silencioso que nadie
oye.
Rebelarse
quisiera frente a la injusticia
Que en la nocturnidad se trama,
Cuyo rumor nadie oye, solo la
victima,
Solo él.
Solo,
Sin nadie que le acompañe,
Sus amigos se quedaron dormidos.
Cuánta tristeza en un alma justa,
En el abandono de muchos,
La indiferencia de otros
Y el odio que le persigue, porque
es un hombre bueno.
La noche se enciende de ojos
Fosforescentes, como de chacales
:
De canes salvajes que husmean su
presa,
Desnudo en su inocencia,
Indefenso.
Qué
tristeza en los olivos
Y en el aire y en la noche y en
el alma
De un hombre solo.
Qué tristeza en el centro del
mundo.
Y, nosotros, dormidos.
Quien
fuera capaz de oír el grito
De un hombre postrado en el
suelo,
En el polvo de todas las tierras,
en el barro de todas las calles :
En medio de los que trafican,
De los que hacen sus componendas
;
De los que venden armas,
De los que venden drogas,
De los que comercian con el
hambre, el dolor y la miseria ;
De los que se enriquecen con la
inocencia
Prostituida,
Con los vencidos,
Con los débiles.
La
noche se puebla de ojos que lloran
De los niños famélicos de
hinchados vientres,
Y de las madres de flácidos senos
que no pueden
Saciar su hambre.
Las lágrimas de los que sufren
Son un torrente inmenso
Que lo inunda todo.
Y es sudor de sangre de un hombre
solo,
Hundido en la angustia, la
soledad y el sufrimiento,
Porque es victima de la
injusticia ;
De todas las injusticias de todos
los tiempos.
Postrado en tierra, golpes en sus
espaldas
La tristeza que dobla las ramas
de los olivos.
Y, nosotros, durmiendo.
II
(Transeat a me cáliz iste)
En la noche cósmica,
En el silencio supremo del
abandono,
En la opresión angustiosa de la
injusticia,
Un ángel de luto le ofrece una
copa.
Es la copa rebosante de todos los
malos,
De las maldades humanas.
La copa del dolor del pueblo
indefenso
Que
marcha al exterminio,
Desbocados los terribles caballos
negros de la muerte ;
La sangre de los mártires y de
los justos
Y de los pobres que ignoran por
qué mueren ;
Es la copa del horror de los
abrasados
Por el fuego atómico ;
De los que murieron aplastados
bajo las cadenas
De los carros de combate ;
De los que fueron segados por las
ráfagas
Del fusilamiento ;
Del dolor de los ojos inocentes y
puros
De sus pequeñuelos que miran sin
comprender,
Con una mirada vacía, que no le
reconocen
A Él, que sufre por ellos,
Porque fueron privados de la luz
de la verdad.
El
cáliz del ángel enlutado está dispuesto a beber,
En medio de las risas
De las hienas que lo rodean ,
De los canes que lo acechan ;
Risas de burla, rabiosas, de
dientes relucientes ;
Risas histéricas, estridentes,
horrorosas ;
Risas de odio porque le creen
vencido ;
Risas de los triunfadores inicuos
de todos los tiempos
Sobre sus victimas ;
Risas que son muecas espantosas,
Sin alegría,
De los poderosos de la tierra,
Que no descansan porque siempre
apetecen más.
En
medio del clamor
De las risas y de los llantos y
de los rumores de la conjura,
Un hombre solo, en el polvo,
Dispuesto a apurar el cáliz de
amargura.
Y, nosotros, durmiendo..
III
(Ego sum).
Se
han serenado los cielos,
El tiempo se ha quedado en
suspenso :
En medio de los olivos del silencio
Un hombre en pie, erguido
Sobre la tierra,
Un hombre solo.
Porque
ha asumido el dolor
Y ha aceptado la muerte :
Porque se levanta frente a la
injusticia
Y abraza su destino,
Un hombre en la plenitud de su
dignidad.
Él es nuestro valedor, ahora
podemos dormir.
En
el fondo de las tinieblas
El murmuro de la conjura,
El ruido apagado de los esbirros,
De las espadas y de los garrotes
Y la luz de las linternas que
perforan la oscuridad.
Sabe
que se acercan,
Que vienen a buscarle para darle
muerte,
Que va a ser entregado por el
traidor.
Cuando los oye que llegan con
pasos furtivos,
Envalentonados por el número, las
espadas y los garrotes,
Les sale al encuentro,
Pacífico, solo y desarmado,
Con su sola dignidad de hombre
Que ha triunfado de la
angustia :
Yo
soy.
(La turba confundida cae en
tierra,
Nosotros, despavoridos, salimos
huyendo.)
Málaga
julio 1990.
E C C E
H O M O
Hay un hombre
inocente
Ante el Tribunal inicuo
Que lo va a juzgar.
No tiene valedores,
Ni quien lo defienda.
Viene con la sola verdad de sus
palabras :
Qué poca defensa es la verdad
Ante los jueces prevaricadores.
No miran la ley y la justicia,
Están atentos a su sola
conveniencia :
Qué poca cosa es la inocencia
Cuando se desprecia la verdad.
Temerosos
de la luz del día
Han juzgado en las tinieblas de
la noche,
A la hora en que se traman todas
las infamias :
En las tinieblas fraguaron la
conjura
Que lo llevará al suplicio.
Un
hombre inocente
En la desnudez de su humanidad
ultrajada :
Un hombre condenado
Al que no se le encontró delito.
Sobre la burla de sus derechos
Los inicuos han reanudado sus
relaciones
Poniendo fin a sus rencillas,
Ellos que ignoran la amistad.
La inocencia de la victima no les
importa,
Han preferido volver a sus
complicidades,
Pretendiendo con la muerte del
justo
Salvar al pueblo.
Las prebendas, las haciendas y
arrogancias
Son los motivos inconfesados
De los inicuos salvadores de los
pueblos.
El
magistrado que juzga
Con la sabiduría jurídica del
pueblo romano,
Le declaró inocente :
Pero por cobardía y conveniencia
Ha pronunciado sobre El una
condena que no merece,
Declarando ignorar qué es la
verdad.
Qué molesta es la verdad
Para el prepotente, el soberbio y
el altivo,
Y para el juez prevaricador.
A
través de todos los tiempos
Perdura la sentencia injusta,
Porque todos somos
prevaricadores,
Todos :
Los que cerramos los ojos
Por egoísmo o cobardía,
Aceptando como verdad la mentira
O sonriendo a la mentira del
poderoso ;
Y los que doblamos las espaldas
reverentes,
Y los que aplaudimos sus
ocurrencias,
Y los que callamos atemorizados,
Todos.
Dictamos sentencia injusta.
Nosotros,
Los hipócritas y sumisos
Que esperamos la dádiva,
Los que no nos comprometemos
Pretendiendo pasar
desapercibidos,
Para disfrutar escondidos y en
silencio
De nuestra posición y beneficios.
El
magistrado injusto
Conociendo la verdad de su
sentencia inicua,
Quiere aliviar su conciencia
Apelando a la piedad del pueblo,
Para que indulte al reo
Que él, obligado en justicia, no
quiso absolver
Implicando a todos en la condena
Cuando la iniquidad del fallo
Añade la acción de los corruptos
Que intenta corromper a los
otros,
Para hacerlos cómplices de sus
maldades.
Escupido,
llagado, flagelado,
Ha sido presentado ante las
turbas :
Es objeto de burlas y del odio
Azuzado por los manipuladores.
Lleva
los atributos de su realeza
Que la crueldad ha convertido
En corona de espina y cetro de
caña.
Es rechazado porque el silencio
acusa,
Porque es espejo de sus
conciencias ;
No viéndole quisieran evitar los
remordimientos
Que les impiden gozar de sus
delitos :
Qué molesta es la presencia de
los inocentes,
Qué terrible acusación el
silencio de los justos.
Un
hombre inocente,
Victima entre todas las victimas,
Ante todos los que lo condenan,
Ante todos nosotros,
Al que no pudieron despojarle de
su dignidad real :
Un hombre que sufre la condena
injusta,
En silencio,
Por acatar las voluntad del
Padre.
Málaga,
17 de octubre 1990
V I A
D O L O R O S A
Ha caído al suelo
Agobiado
Bajo el peso del madero.
Un madero enorme,
Es el peso del mundo.
Le pusieron sobre sus hombros
Y sus brazos lo rodean
afanosamente,
Pero sus fuerzas flaquean
Y no lo puede llevar.
Ha caído al suelo,
En el polvo ;
Es la tercera vez.
Blasfeman los sayones,
Las turbas gritan despiadadas,
Los soldados, indiferentes,
Esperan apoyados en las lanzas
Las mujeres lloran.
Hijas de Jerusalén
Que habéis encontrado al Amado
--en qué estado—
Llorad por vosotras,
Llorad por nosotros
Llorad :
Por los inicuos
Y por los que nos creemos justos,
Porque sus maldades
Y nuestras complicidades
Han creado una máquina
Con dientes de hierro,
Que nos triturará todos.
.
Como uvas en el lagar
Serán nuestras vidas ;
Como mosto viscoso
Correrá nuestra sangre
Por la redondez de la tierra.
Temen los sayones que el reo
fallezca,
No es así como debe morir,
Su muerte ha de ser una muerte
legal :
La establecida en la condena,
La decretada antes de todos los
tiempos,
La que previeron los profetas,
La que se reserva al Rey.
Le ayudan los esbirros a
levantarse,
No es la compasión la que los
mueve,
Sino el deseo de taladrar sus
pies y sus manos
Clavados
En el madero.
Los soldados, indiferentes ;
Atrancados postigos y ventanas,
Escondidos sus moradores
Temiendo pongan en sus hombros
Aquella pesada carga,
Como ocurrió a Simón de Cirene.
Ciega y sorda la Ciudad ,
Desiertas sus calles y plazas,
Cerrados los recintos de justicia
De los palacios de David.
Simón ha cargado con el leño,
Resuenan las voces de mando,
Se pone en marcha el cortejo,
Restallan los látigos,
Aumentan los gritos,
Arrecian las voces,
Lloran las mujeres sin consuelo.
Salen por la Puerta judiciaria,
Jerusalén queda desierta,
Sola en sus murallas de piedra,
Nostalgia en sus calles y plazas,
Aguardando la hora del juicio,
La hora de su ruina,
Porque ha ignorado el momento
De su visitación.
C O N S U M A T U M E S T
Ha muerto
Clavado,
Desnudo,
Expoliado,
Abandonado.
Elí, Elí,
Lamma sabactaní.
Has muerto
Fuera de las murallas,
Entre los malhechores,
En la cumbre del mundo.
¡Cuántos muertos olvidados!
En los mares,
En la tierra,
En las minas,
En los hielos árticos
Y en las arenas ardientes,
En las esquinas de cualquier
ciudad.
El fuego de la explosión
Les heló la sangre,
El hambre
Vació sus estómagos,
El hierro
Cercenó sus cabezas.
¡ Cuantos muertos en el olvido!
-
Elí, Elí,
-
Lamma sabactaní.
Tuviste sed
Y bebiste hiel,
Te arrebataron la túnica
Y se la jugaron a los dados,
Te quedaba tu Madre
Y nos la diste a nosotros.
Estabas desnudo
Frente a tu Ciudad,
Entre la tierra y el cielo,
Clavado
En el madero.
¡Cuánto dolor en la tierra ;
Que oscuridad en el cielo ¡
Con tus ojos anublados
Viste llegar las tinieblas
Y en la soledad de tu muerte
Has gritado
- Elí, Elí,
- Lamma sabactani.
En medio del odio
De los que te rodean,
Que de ti se burlan
Y mueven sus cabezas ;
En el suplicio,
Tú,
Abres los brazos
Entregas tu cuerpo,
Ofreces tu sangre,
Sacerdote eterno
Victima inocente
Perdonas muriendo.
Todo se ha consumado,
Has muerto.
Las tinieblas oscurecen el mundo,
La tierra se hunde en la noche
Y tiembla el firmamento.
No eres un vencido,
Tú triunfas sobre la muerte,
Sobre la maldad humana,
Elevado sobre la tierra
Lo atraes todo hacia Ti.
Estás triunfando en tu trono,
Extiendes tu heredad hasta las
islas,
Muriendo en la cruz has vencido
Al Príncipe de este Mundo.
Hay una luz en tu rostro,
La que iluminó al bandido,
Es la verdad trascendente
Que percibió el soldado,
Aquél que con su lanza
Te traspasó el costado.
Es la luz de tu rostro
En las tinieblas que oscurecen la
tarde.
Se ha rasgado el velo del Templo,
Se han abierto los ojos de
muchos,
Los que andaban en las tinieblas
han visto
Una gran luz.
Sobre la Ciudad cae la noche,
En el mundo un hombre muere.
El la oscuridad una luz se enciende,
Se rasga el velo de las
apariencias.
Nuestros ojos se abren al día,
Percibimos tu muerte como un
triunfo,
Entendemos tu agonía como
ofrenda.
No me dejes, Señor, en la noche,
No me olvides, Señor, en la
angustia,
No apagues la luz que me llega,
Ábreme a la esperanza
Que vuela sobre la muerte.
Rasga el velo de mis ojos
Que oscurece mi vista,
Para que yo también vea
Que solo Tú, Señor, eres
Camino, Verdad y Vida.
AMEN.
Málaga,
1992.
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