El Evangelio no termina de
sorprendernos con su sabiduría, qué verdad encierra y cuanta luz arroja - ni más ni menos que la necesaria - sobre la condición del hombre. Posee la
increíble facultad (o la fuerza) de hacer de nosotros seres libres, de hacernos
capaces de amar de verdad, de humanizarnos realmente - o lo que es lo mismo- de divinizarnos, pues hemos sido creados a la
imagen de Dios.
En el centro del Evangelio
están las Bienaventuranzas, con la primera que las resume todas: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
La pobreza espiritual, la absoluta dependencia de Dios y de su Misericordia son
las condiciones para la libertad interior.
¡No tengáis miedo de vosotros
mismos! ¡No temáis lo que sois, vuestra
realidad, esa realidad que afronta cualquier ser humano en la que Dios planta
se tienda para habitar con vosotros! Solo en la medida en que te descubras a ti
mismo, descubrirás la hondura de su amor. En lo profundo de lo que tú eres,
experimentarás que no estás solo, alguien ha penetrado en el misterio de tu
humanidad más íntima, no como espectador, no como juez, sino como alguien que
te ama, que se ofrece y se une a ti para liberarte, para salvarte, para
sanarte… para quedarse siempre contigo, amándote.
Jacques PHILIPPE
(FIN)
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