Hoy celebramos
la fiesta más importante del calendario litúrgico: la resurrección del Señor.es
el día en que expresamos nuestra mayor alegría porque Jesús ha vencido la
muerte, POR su muerte, y ha abierto un nuevo camino, el camino del cielo
venciendo la muerte.. Jesús resucitado derrama sobre nosotros el Espíritu Santo
y ya podemos llamar “PADRE” a Dios. A través de Cristo llegamos hasta Dios. Algo
totalmente inesperado, que supera todas las expectativas de la esperanza
humana, ha sucedido. Nosotros lo celebramos llenos de entusiasmo.
Cuesta imaginar
la resurrección porque supone un estado nuevo para la humanidad de Cristo del
que nosotros no tenemos experiencia. La liturgia es rica en signos que nos
hacen comprender que la caducidad de nuestra carne ha tocado a su fin y ya no es
la medida de nuestra existencia. Si el peso del pecado nos arrastraba hacia
abajo, ahora Jesús resucitado nos atrae más alto.
Nuestro corazón
experimenta un desahogo, una liberación
que el apóstol nos recuerda: aspirad a
los bienes de arriba, no a los de la tierra. Expresamos nuestra alegría con
el canto del Aleluya, especialmente solemne en la vigilia pascual. En la resurrección de Cristo se manifiesta que el
amor es más fuerte que el pecado y que la muerte.
La salvación
de Cristo se ha de propagar como lo hacen en la vigilia pascual, que van
extendiendo a partir de un solo cirio pascual por todo el templo. Esas velas
nos representan, a nosotros que hemos recibido una vida nueva por el bautismo y
que nos dejamos guiar por la luz de Cristo resucitado. Ya podemos confesar con
alegría nuestros pecados, seguros de la acogida del Señor; su luz es capaz de
iluminarnos en todas las circunstancias de nuestra vida, disipando cualquier
tiniebla; la gracia nos impulsa a practicar el bien y a luchar contra el mal
porque ÉL ESTÁ PRESENTE.
David AMADO
FERNÁNDEZ
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