En aquella
misteriosa mañana de Pascua, dos discípulos se alejan de Jerusalén y se dirigen
a Emaús. En el camino se acerca el Señor mismo, mientras están totalmente
ocupados en la discusión sobre lo que ha ocurrido. No pueden aceptar que Aquel
en quien habían esperado tanto haya sido vencido y aplastado y sepultado.
Cuando por
fin dejan hablar al Viandante que camina con ellos, este les pregunta por el
motivo de su animada conversación. Mientras, se empieza a ablandar su corazón,
llegan a Emaús entonces invitan al Forastero a que se quede con ellos. Le
ofrecen el pan. Él lo toma, lo bendice, lo parte y, en ese momento, lo
reconocen. Pero él desaparece de su vista. Quedan solo ellos dos y el Pan
partido y bendecido, es decir el Señor. Entonces entienden que la Iglesia es el
Cuerpo de Cristo y que lo que estaban discutiendo por el camino en referencia a
Cristo está ocurriendo también en su vida: todo lo que vivimos , pero no
entendemos porque nos causa malestar ,
todo lo que nos hace sufrir porque nos han derrotado, ofendido o humillado, al
final se desvela a la luz del Cuerpo glorioso del Señor resucitado. Por eso,
podemos mirar con certeza hacia la última etapa, hacia la resurrección en el
cuerpo glorioso.
Ojala
podamos descubrir cómo nuestra vida, con todo lo que quizás no entendemos
porque es difícil y doloroso, pertenece a Cristo y por eso la podemos encontrar
también glorificada.
Pablo
CERVERA BARRANCO.
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