No podemos identificar a la
persona con la suma de sus aptitudes: es mucho más que eso. No se puede juzgar
a alguien solamente por sus facultades; cada persona posee un valor y una
dignidad únicas independientes de su “saber hacer”. Y, si no se percibe así,
existe el grave peligro de, frente a un fracaso, caer en una profunda crisis
existencial; o de mantener respeto a los demás una actitud de menosprecio
cuando nos topemos con sus limitaciones o con su falta de capacidad. Todo ello puede
malograr las relaciones entre personas e impedirles acceder a esa gratuidad de
la que hemos hablado, y que es propia del amor. ¿Qué lugar queda para los
pobres o los discapacitados en un mundo en el que la persona sólo existe en
función de su eficacia, o del bien visible que está en situación de producir?
No hay comentarios:
Publicar un comentario