No es una
casualidad que la historia del plan de salvación vuelva con frecuencia sobre
los relatos del éxodo, el exilio, la peregrinación y los desplazamientos sin
rumbo fijo de los israelitas. El pueblo de Dios está siempre en camino. No se
detendrá en toda su vida terrenal. Ellos, y nosotros, o avanzamos en nuestra
peregrinación hacia Dios y hacia la tierra prometida, o caminamos a la deriva,
deambulando o huyendo a otra parte.
Estamos
exiliados en este mundo y nunca debemos perder de vista este hecho. Nunca
olvidar quienes somos, de dónde venimos y a donde vamos. Debemos vivir en la
tierra, pero debemos vivir para el cielo.
Como el
pueblo elegido, hemos de condenar a muerte la idolatría que permanece en
nosotros. A causa de la creciente influencia y la atracción de los bienes del
mundo, nos alejamos de Dios aún en mayor medida.
Por eso,
Jesús enseño el ayuno a sus discípulos; por eso, los apóstoles continuaron
ayunando después de la ascensión de Jesús a los cielos; por eso, la renuncia al
yo ha sido siempre el sello del auténtico cristianismo y constituye el centro
de los cuarenta días de Cuaresma. El sufrimiento nos enseña a apartarnos de los
bienes de este mundo y nos libera para atarnos a los bienes del cielo que da un
calor inmenso y una alegría profunda pues nos acerca a los sufrimientos del
Señor.
Scott HAHN
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