San Gregorio de Nisa habla con nostalgia de la capacidad que tenían los
primeros hombres en el paraíso y que perdieron. La conciencia pura y
transparente del hombre inocente no tenía velos. Adán hablaba con Dios y
conocía perfectamente su compañía y todo el universo. Podía expresar todo lo
que ocurría dentro de sí mismo. Pero justo después del pecado, se escondió, se avergonzó, dejó de tener
la simplicidad del niño, necesitaba vestirse.
Hoy la gente dice que le gusta la apertura, la sinceridad, la veracidad, la
sencillez. Pero la cuestión es más complicada de lo que parece. Si todos
revelaran a los demás sus pensamientos más escondidos a sus parientes,
difícilmente podrían vivir juntos. La convivencia humana se parecería a una
ciudad en la que se tira la basura por la ventana. La veracidad y la sinceridad
son virtudes del paraíso, pero no vivimos en él.
No siempre conocemos la verdad o al menos no claramente. E incluso no siempre
decimos la verdad que sabemos. Hay dos clases de verdad: la lógica que es la
claridad y la exactitud del conocimiento humano. Y la ontológica que es como la
realidad se corresponde con el pensamiento. Se corresponde con las intenciones de Dios,
con la Providencia. Por eso, Cristo reprende a los fariseos que odian la
verdad, la verdad no está con ellos, no se preguntan cuál es la voluntad de
Dios; siguen el espíritu de la mentira.
La veracidad es la capacidad del hombre de manifestar sus pensamientos a
través del lenguaje, de la música, de la pintura y cualquier manifestación
verídica.
Tomás SPIDLIK.
(1919 – 2010)
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