El que come mi carne y bebe mi
sangre habita en mí y yo en él.
¿Cómo no alegrarse por esa promesa? Pero hemos escuchado que, ante aquel primer
anuncio, la gente en vez de alegrarse, comenzó a discutir y a protestar: ¿Cómo puede este darnos de comer su carne?
En realidad, esta actitud se ha repetido muchas veces a lo largo de la
historia. Se podría decir que, en el
fondo, la gente no quiere tener a Dios tan cerca, tan a la mano, tan participe
en sus acontecimientos. Pero son muy claras las palabras que Cristo pronunció
en esa circunstancia: Os aseguro que, si
no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en
vosotros. Realmente tenemos necesidad de un Dios cercano.
Ante el murmullo de protesta, Jesús habría podido conformarse con palabras
tranquilizadoras. Habría podido decir: "Amigos, no os preocupéis . he
hablado de carne, pero solo es un símbolo. Lo que quiero decir es que se trata
sólo de una profunda comunión de sentimientos". Pero no, mantuvo firme su
afirmación, todo su realismo, a pesar de la defección de sus mismos apóstoles
con tal de no cambiar en nada lo concreto de su discurso: ¿También vosotros queréis marcharos? Gracias a Dios, Pedro dio una
respuesta que también nosotros, hoy, con plena conciencia, hacemos nuestra: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes
palabras de vida eterna.
BENEDICTO XVI.
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