El encuentro con Dios, ese “hacerle caso”, supone esfuerzo diario, lucha
por progresar. No es como quien está en posición de algo, sino como el
caminante que intenta llegar a su destino: no puede pararse. San Pablo lo llama
un combate. Pero estamos ante un combate muy singular.
En este mundo, cuando peleas, lo haces contra algún enemigo; para defender
lo propio: tu vida, tus derechos, tus proyectos… en el caso del combate
espiritual, por contraste, tu pelea es a favor del Otro – que es Dios – y en
contra de ti mismo: de tus defectos, de las personales inclinaciones desviadas,
a veces incluso de legitimas aspiraciones, si Él te pidiera otra cosa.
Un combate así tiene muy pocas probabilidades de éxito. Combatir a favor
del enemigo, por una decisión heroica de la voluntad, podrá resistir muy pocas escaramuzas.
Y, sin embargo, el combate a que te invito es para toda la vida; y, por si
fuera poco, debe ser optimista y alegre. ¿Cuál es el secreto?
Desde siempre la catequesis cristiana ha enseñado que el secreto es el
Amor. Amar a Dios hace posible ese milagro paradójico. Un amor que manifieste
lo que el Señor nos pide a ti y a mí, en su mandamiento primero: AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA, CON TODA TU MENTE. Este amor a Dios incita a desear
ardientemente darle gloria y hacer su voluntad, antes que satisfacer nuestros
gustos e intereses.
También en la vida humana, a su medida, el amor hace posible sacrificarse
generosamente por los demás (hijos, padres, cónyuge, caritas…) sin dar
importancia a las renuncias que comporta. Incluso sin buscar recompensa o
agradecimientos.
Manuel ORDEIG CORSINI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario