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Creer es entregarse. Entregarse es caminar incesantemente
tras el Rostro del Señor. Abrahán es un eterno caminante en dirección de una
Patria soberana y tal Patria no es sino el mismo Dios. Creer es partir siempre.
No hay en ese mundo cosa más difícil que llegar al encuentro
del mismísimo Dios, que siempre está más allá de las palabras y de los
conceptos. Para ello, es preciso atravesar el bosque de la confusión, el mar de
la dispersión y la oscuridad inquebrantable de la noche.
Y. de esta manera, llegar a la claridad del Misterio.
Dios es impalpable como una sombra y, al mismo tiempo sólido
como una roca. El Padre es eminentemente Misterio, y el misterio no se deja
atrapar ni analizar. El misterio, simplemente, se acepta en silencio.
Dios no está al alcance de nuestra mano, como la mano de un
amigo que podemos apretar con emoción. No podemos manejar a Dios como quien
manipula un libro, una pluma, un reloj. No podemos decir: Señor mío, ven esta
noche conmigo, mañana puedes irte. No lo podemos manipular.
Dios es esencialmente desconcertante porque es esencialmente
gratuidad. Y el primer acto de la fe
consiste en aceptar esa gratuidad. Por eso la fe es levantarse siempre y partir
siempre para buscar un Alguien cuya mano nunca estrecharemos. Y el segundo acto
de fe consiste en aceptar con paz esa viva frustración.
Esto quiere decir que a Dios no se le entiende, se le acoge.
Y si se le acoge de rodillas, se le entiende mejor.
Ignacio .LARRAÑAGA
El silencio de María.
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