Todo lo definitivo
nace y se consuma en el seno del silencio: la vida, la muerte, el más allá, la
gracia, el pecado. Lo palpitante siempre está latente.
Silencio es el nuevo nombre de Dios. Él penetra todo, crea,
conserva y sostiene todo, y nadie se da cuenta. Si no tuviéramos su Palabra y
las evidencias de su amor, experimentadas todos los días, diríamos que Dios es
enigma. Pero no es exactamente eso. Dios “es” silencio, desde siempre y para
siempre. Opera silenciosamente en las profundidades del alma.
¿Por qué da a unos y no a otros? ¿Por qué ahora sí y no
antes? Todo queda en silencio. La gratuidad, por definición, no tiene razones
ni explicaciones. Es silencio.
Por eso, Dios es desconcertante, porque es esencialmente
gratuidad. Todo parte de Él, la gracia y la gloria, el mérito y el salario. Nada
se merece, todo se recibe. él nos amó primero. Nadie le puede preguntar por sus
decisiones. Ningún ser humano puede levantarse ante él, reclamando, exigiendo o
cuestionando. Todo es Gracia. Por eso sus caminos son desconcertantes y a menudo
nos hunden en la confusión.
A veces tenemos la impresión de que el Padre nos abandona.
Pero, a la vuelta de la esquina, no envuelve repentinamente con una visitación
embriagadora. Aunque sus caminos normales son los mecanismos ordinarios de la
gracia, de pronto el Padre nos sorprende con gratuidades inesperadas. Dios es
así. Es preciso aceptarlo tal como Él es.
No hay lógica “humana” en su obrar. Sus pensamientos y
criterios son diferentes a los nuestros. Lo más difícil es tener paciencia con
este nuestro Dios. Lo más difícil en nuestra ascensión hacia Él, es aceptar con
paz esa gratuidad esencial del Señor, sufrir con paciencia sus demoras, aceptar
en silencio las realidades promovidas o permitidas por Él. Dios es así,
gratuidad.
Ignacio LARRAÑAGA
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