Cristo hace presente al Padre entre los
hombres. Es altamente significativo que estos hombres sean en primer lugar, los
pobres, carentes de medios de subsistencia, los privados de libertad, los
ciegos que no ven la belleza de la creación, los que viven en aflicción, y
finalmente los pecadores. Con relación especialmente, Cristo se convierte sobre
todo en signo legible de Dios que es amor; se hace signo del Padre. Es
significativo que, cuando los mensajeros enviados por Juan Bautista llegaron
donde estaba Jesús para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que
esperar a otro? Él recordando el mismo testimonio con que había inaugurado
sus enseñanzas en Nazaret, haya respondido: Id
y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los sordos oyen,
los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y bienaventurados quien no
se escandaliza de mí.
Jesús sobre todo con su estilo de vida y con
sus acciones, ha demostrado como en el mundo en que vivimos está presente el
amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que
forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con
toda la condición humana histórica, que de distintos modos manifiesta la
limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral.
Cabalmente el modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamada
"misericordia" en el lenguaje bíblico. Cristo, pues, revela a Dios
como Padre, como Amor, como dirá san Juan en su primera Carta; revela a Dios, rico de misericordia, como leemos en los
salmos y en san Pablo.
San JUAN PABLO II
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