Cuando uno sufre, desea o permanecer en
silencio, o hablar con alguien. El sufrimiento nos hace comprender lo esencial
que es la comunicación. Sin comunicación no podemos tener relación auténtica
con nadie. Sin comunicación el otro no existe para mí, ni yo para el otro. Una
persona que sufre desea existir para otra gente.
No hay neutralidad posible a la hora de
comunicarse: si yo tengo un vínculo con alguien, cada uno de nosotros significa
algo para el otro. Si la neutralidad se apodera de la comunicación personal,
ésta pronto llega a su fin. Cuando sufrimos, sabemos lo difícil que es entrar
en contacto con la persona que no se interesa por nosotros, su indiferencia
mata cualquier posibilidad de comunicación y de relación. Sentimos entonces que
no existimos para ellos; y no es lo que más nos importa o apena.
No puede reducirse la comunicación a las
palabras. A menudo pensamos que ésta tiene lugar con frases y sentencias. Pero
también pueden tocarnos en lo más hondo otras muchas cosas: una carta, un apretón
de manos en silencio, un puño cerrado. Un regalo, dado o recibido, significa
mucho, también una caricia, un signo de ternura. Comunicarse encierra siempre
cierta carga afectiva entre las personas implicadas. Esto es verdad incluso
cuando no es muy explicito. Dos extraños en un ascensor se comunican realmente.
Dos empresarios que negocian con su típica frialdad no dejan de poner en juego
sus propios intereses en el contrato
. Esta carga afectiva es aun más palpable en
la comunicación que entabla una persona que sufre.
Pierre WOLFF
¿Puedo yo odiar a Dios?
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