Luces y sombras, eso es la vida del hombre. ¡Qué gran
misterio! A veces errados, otras en acierto, caminamos por este mundo. Nadie ha
de pensar que el mal es tan poderoso para ser capaz de abarcarlo todo, de
apropiarse del ser del hombre completamente, pues somos imagen y semejanza del
Creador. Buscando el encuentro con Dios, el alma es conducida como en una
noche, entre oscuridades y sombras engañosas hacia el amanecer de la fe, de la
luz. Al despunte del alba, sólo sentimos que la noche está pasando, pero sin
alcanzar aún toda la radiante claridad del día, algo se conserva de oscuridad;
como en un camino claroscuro.
-
Cierto, repuso su
amigo, pero ¿Por qué Dios permitió que me equivocara tanto? ¿Por qué me soltó de su mano? ¿Por qué me dejó
caminar entre sombras?
-Esto requiere sabia
aceptación, más que comprensión. Aguardamos “el día que no tiene ocaso”, nos
dice la Apocalipsis de San Juan. Pero san Pablo nos advierte de que “la noche
va pasando, y el día está encima”; porque ha de haber oscuridad, como en la
naturaleza. La palabra “encima” nos anuncia lo que no ha llegado todavía. Esas
sombras de tu vida son las huellas de tu camino; del camino claroscuro de la
fe. Lo que quiere significar que parte de nuestro obrar es según la luz, pero conservando
siempre restos de tinieblas. Y que, a veces, aun en plena oscuridad, hay luz
suficiente para no caminar completamente a ciegas. Así en la vida, avanzamos
entre luces y sombras, a veces entre esplendores, otras en profundas tinieblas,
en claridad, con sol, de noche, con luna, estrellas, atardeciendo, amaneciendo,
en penumbra o bajo la luz cegadora del más radiante sol.
Jesús SÁNCHEZ ADALID
De la novela “El alma de la
ciudad”.
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