Después de la visita de Joaquín para anunciarle el
acontecimiento, se acostó José, dando vueltas y vueltas. Para el varón justo y
amante de Dios le erizaba el cabello: su amor por María era indiscutible, pero
él no lo "disputaría" a Dios la posesión de aquella muchacha si Dios
la había tomado bajo su manto.
¿Qué solución dar al problema? ¿Quedarse parado como
si nada? Imposible. Un varón israelita desposado con una muchacha sobre la que
constaba sus derechos de matrimonio, no podía quedarse sin más, de brazos
cruzados. María parecería ante la sociedad judía como una adultera que había traicionado
su compromiso...¡Denunciarla? Jamás.
¿Huir? Era la única salida que tenia. Desaparecer como un fugitivo o un
cobarde. Así dejaba a salvo a María, llevando su pena.… lejos de aquí.
Pero el sueño lo vencía. Se quedó dormido. ¿Fue que
soñó o se quedó invadido por la fe del que vive en manos de Dios?
José se sintió transportado. Soñaba y gozaba y reía.
Era un sueño reparador. Un sueño que llenaba de luz.
Lo primero fueron las palabras : NO TEMAS. Esas palabras
eran el anuncio de la visita del Señor desde los profetas. No temas en recibir como esposa a María, tu prometida, porque lo que en
Ella hay, es del Espíritu Santo.
Esa explicación
consolaba a José. Además el "sueño" le había dado una clave
substancial: Tú le pondrás nombre al Niño,
y lo llamarás JESÚS. el asombro de José era mayúsculo: si era
"Jesús" era el Mesías. Dios, Salvador... Nombre, era la misión propia
del padre de familia ¿Yo voy a ser padre de "JESUS"? ¿ Me das el
mando sobre la obra de tus manos? ¿ Voy a ser el custodio y responsable de
estos dos seres privilegiados?
José se levantó, y con solemnidad y gozo fue donde le
había mandado Dios.
Y se llevó a
María a su casa.
Manuel CANTERO PÉREZ S.J.
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