No hay duda de que José, que ha sido desposado con la madre del
Salvador, fuera un hombre bueno y fiel, o más bien un servidor seguro y solicito al que el Señor estableció al cuidado de
su familia para ser el consuelo de su madre, el padre nutricio de su humanidad,
el cooperador fiel en su designio sobre el mundo. De la casa de David,
descendiente de estirpe real y noble por su nacimiento, pero más noble todavía
por su corazón. Sí, él fue verdaderamente hijo de David, no sólo por la sangre, sino por su fe,
por su santidad, por su fidelidad al servicio de Dios.
En José, el Señor encontró, como en David, un hombre según su corazón, a quien pudo confiar con toda seguridad
el secreto más grande de su corazón. Le reveló los secretos más profundos de su
Sabiduría, le
reveló maravillas que ningún príncipe de este mundo ha conocido; por fin, le
otorgó ver lo
que tantos reyes y profetas desearon ver y no vieron, y oírlo que muchos
desearon oír y no oyeron. Y no sólo verlo y oírlo, sino llevado en sus brazos, conducirlo de la
mano, estrecharlo contra su pecho, abrazarlo, alimentarlo y protegerlo.
San
Bernardo
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