Ante todo, Jesús, el Doctor de la paz y el Maestro de la unidad, no ha
querido que la oración sea individual y privada, de suerte que rezando cada uno
no rece solo por sí mismo: «Padre mío que estás en los cielos»; ni «dame mi
pan». Cada uno no pide que la deuda le sea perdonada a él solo, y no es por él
solo por quien pide no caer en la tentación y ser librado del mal. Para nosotros la
oración es pública y comunitaria; y cuando oramos, no rogamos por uno solo,
sino por todo el pueblo; pues nosotros, todo el pueblo, somos uno.
El Dios de la paz y el Señor de la concordia que ha enseñado la unidad
ha querido que uno solo rece por todos, como en él mismo uno solo ha cargado
con todos los hombres. Los tres jóvenes hebreos encerrados en el horno ardiente
observaron esta ley de la oración. Los apóstoles y los discípulos, después de
la ascensión del Señor, rezaban de esta manera: Con un mismo corazón todos perseveraban
en la oración, con las mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con sus
hermanos. Con
un mismo corazón perseveraban en la oración; por su fervor y amor mutuo,
testimoniaban que Dios, que hizo habitar a los hombres iguales en una misma
casa, no admite en su morada eterna sino a aquellos en los que la oración se
traduce como la unión de las almas.
San Cipriano
Natural de Cartago y convertido del paganismo, llegó a ser obispo de
su ciudad; escribió en tiempos de persecución de la Iglesia y sufrió el
martirio (210-258).
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