Los pies de la vid se ligan, se escalonan, se doblan los sarmientos de arriba abajo, se les ata a algo firme para sostenerlos. Por ahí se puede comprender la dulce y santa vida y la pasión de nuestro Señor Jesucristo que, en todo, debe ser el sostén del hombre de bien. El hombre debe ser curvado, lo que en él hay más alto debe ser abajado, y debe abismarse en una verdadera y humilde sumisión, desde lo profundo de su alma. Todas nuestras facultades, interiores y exteriores, tanto las de la sensibilidad y de la avidez como nuestras facultades racionales, deben ser ligadas, cada una en su lugar, en una verdadera sumisión a la voluntad de Dios.
Seguidamente se remueve la tierra alrededor de los pies de la vid y se
escardan las malas hierbas. También el hombre debe ser escardado, estar
profundamente atento a lo que hubiera todavía que arrancar en el fondo de su
ser, para que el divino Sol pueda acercársele más inmediatamente y brillar en
él. Si dejas que la fuerza de lo alto haga su obra, el sol aspirará la humedad
escondida en la tierra, en la fuerza vital del tronco y los racimos crecerán
magníficos. Después el sol, por su calor, actúa sobre los racimos y hace que se
desarrollen las flores. Y estas flores tienen un perfume noble y benéfico.
Entonces, el fruto llega a ser indeciblemente dulce. Que esta realidad nos sea
dada a todos.
Beato Juan Taulero Dominico en Estrasburgo (Ca. 1300-1361).
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