El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son
de la misma sustancia y de una inseparable igualdad. La unidad reside en la
esencia; la pluralidad, en las Personas. El Señor indica abiertamente la unidad
de la divina esencia y la trinidad de las Personas cuando dice: Bautizadlas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo. No dice «en los nombres» sino «en el nombre», por donde nos enseña la
unidad en la esencia. Pero, a renglón seguido emplea tres nombres, para
enseñarnos que hay tres Personas. En esta Trinidad se encuentra el origen
supremo de todas las cosas, la perfectísima belleza, el muy bienaventurado
gozo.
El origen supremo, como afirma san
Agustín, es Dios Padre, en quien tienen su origen todas las cosas, de quien
proceden el Hijo y el Espíritu Santo. La belleza perfectísima es el Hijo, la
verdad del Padre, que no le es desemejante en ningún punto, que veneramos juntamente
con el Padre y en el Padre, que es el modelo de todas las cosas porque todo ha
sido creado por él y que todo se le restituye. El gozo muy bienaventurado, la
soberana bondad, es el Espíritu Santo, que es el don del Padre y del Hijo; y
este don, debemos creer y sostener que es exactamente igual al Padre y al Hijo.
San Antonio de Padua
Teólogo
franciscano portugués y gran predicador.
Es
doctor de la Iglesia (Ca. U9S-I23I).
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