RECONOCER QUE UNA INSPIRACIÓN
VIENE DE DIOS.
El “oído espiritual” es una
especie de aptitud para descubrir la voz única y reconocible de Jesús entre
todas las múltiples y discordantes voces que se dejan oír en el interior de
nosotros mismos. El Espíritu Santo utiliza un “tono de voz” para cada uno, un
timbre que le es propio, con una dulzura y una fuerza que, cuando estamos acostumbrados
a oírlo nos permiten reconocerlo casi con toda seguridad. Por supuesto, el
demonio, “mono de imitación de Dios” tratará en alguna ocasión de imitar la voz
del Esposo, pero por bien imitada que esté, “desafina” en alguna parte, y por
tanto no es la voz de Dios.
CRITERIOS QUE PERMITEN DECIR
QUE UNA INSPIRACIÓN VIENE DE DIOS.
DIOS NO SE CONTRADICE.
Dios es coherente. No puede
inspirarnos algo que sea contradictorio con su voluntad tal y como se expresa
por los medios más usuales: la
Palabra de Dios, la enseñanza de la Iglesia y las exigencias
de nuestra vocación.
COHERENCIA CON LA SAGRADA ESCRITURA
Y LA IGLESIA.
Las autenticas inspiraciones
irán siempre en el sentido de un espíritu de obediencia a las Escrituras y a la Iglesia. No puede ser una
palabra entregada a la fantástica interpretación de cada uno, sino a lo que nos
ha sido transmitido y explicado por el magisterio de la Iglesia. “Cuando Dios
arroja sus inspiraciones en un corazón, la primera que Él comunica es la de la
obediencia” dice San Francisco de Sales.
COHERENCIA CON LAS EXIGENCIAS DE LA PROPIA VOCACIÓN.
De mi vocación particular (casado, consagrado,
padre, sacerdote…) y de las circunstancias de la vida (obligaciones
profesionales…) se deriva todo un conjunto de exigencias que constituyen la
voluntad de Dios. Una inspiración no puede pedir algo que esté en contradicción
manifiesta con lo que antes se llamaba “deberes de estado”. Las inspiraciones
van dirigidas hacia el cumplimiento de los deberes de estado, no le desvían de
él, sino al contrario, facilitan su realización.
Puede ocurrir que nuestros
deberes familiares o profesionales sean un cómodo pretexto para no obedecer a
las inspiraciones del Espíritu Santo, pero este criterio de coherencia entre
ellas y las exigencias propias de nuestra condición es importante, y el hecho
de tomarlo en consideración puede evitar numerosas ilusiones espirituales.
EL ARBÓL SE CONOCE POR SUS FRUTOS.
Si obedecemos, la inspiración
divina será fecunda y dará frutos buenos: frutos de paz, alegría, caridad,
unidad, humildad… una inspiración que viene de nuestra carne o del demonio será
estéril, es decir dará frutos negativos: tristeza, amargura, soberbia, etc.
Este criterio es muy
importante, pero presenta un grave inconveniente: solo se aplica después de los
resultados. Pero a pesar de ese inconveniente, este criterio no es del todo
inútil. En primer lugar porque permite adquirir experiencia. Luego, porque,
incluso antes de poner en práctica la decisión, se puede rectificar.
ADQUIRIR LA
EXPERIENCIA.
Reconocer las mociones del
Espíritu Santo proviene de la adquisición de una especie de “sentido espiritual”.
Es un don de Dios, pero se desarrolla y se afianza también gracias a la
experiencia.
Hemos de saber que en la vida
espiritual, incluso si estamos llenos de buena voluntad y seguros de que Dios
nos asiste, en ningún caso estamos dispensados de la experiencia de un cierto aprendizaje que
implica tanteos, éxitos y errores. Dios ha querido que sea así, es una ley
humana de la que nadie está exento. Hay que recibirlo con humildad y seguir
adelante sin desanimarse.
La experiencia de los
resultados, de las confirmaciones o invalidaciones fruto de los hechos, así
como el estado interior en el que nos dejan algunas de nuestras decisiones
(serenos, humildes y alegres, o tristes, inquietos o tensos), nos permitirá
aprender a distinguir mejor lo que viene de Dios o del demonio, carácter o
inclinación.
DISCERNIMIENTO DE LOS ESPÍRITUS.
La experiencia de la Iglesia y de los santos
expresa una regla general: lo que viene del Espíritu lleva consigo alegría,
paz, tranquilidad de espíritu, dulzura, sencillez y luz. Al contrario, lo que
viene del espíritu del mal acarrea tristeza, desconcierto, inquietud,
agitación, confusión y tinieblas. Entre
todas esas señales de buen y mal espíritu, la más característica es la que se
refiere a la paz. Algunas inspiraciones de la gracia, cuando nos atañen, pueden
chocar en nosotros con resistencias más o menos conscientes. Pero cuando una
inspiración viene realmente de Dios y hacemos callar nuestros temores
aceptándola de todo corazón, entonces la paz nos inunda inevitablemente.
Subrayemos, pues, este punto
importante: Una inspiración divina puede desconcertarnos en un primer momento,
pero en la medida en que no la rechacemos, sino que nos abramos a ella y la
aceptamos, poco a poco nos infundirá la paz.
SIGNOS COMPLEMENTARIOS: CONSTANCIA Y HUMILDAD.
Una de las características del
Espíritu de Dios es la constancia. En cambio, lo que viene de nuestra carne o
del espíritu malo es inestable y variable: nos empuja en una dirección, luego
en otra. También nos seduce con otro proyecto que consideramos mejor, con
objeto de apartarnos del primero. Es
conveniente no obedecer a una inspiración con demasiada rapidez (sobre todo en
temas importantes) con el fin de comprobar que no desaparece completamente al
cabo de cierto tiempo, lo que será una prueba de que proviene de Dios.
Otra característica del
Espíritu de Dios consiste en que, al iluminarnos e impulsarnos a actuar,
imprime en el alma una profunda humildad. Nos hace obrar el bien de tal modo
que nos sintamos felices al hacerlo, pero sin presunción, sin vanagloria ni
autosatisfacción. Percibimos claramente que el bien que realizamos no viene de
nosotros mismos, sino que viene de Dios. Esta auténtica humildad no aparece en
él que actúa por impulso de su carne o del demonio.
En conclusión, podemos decir
que las inspiraciones divinas se reconocen en esto: nos infunden paz, no son
variables, e imprimen en nosotros sentimientos de humildad.
¿ES SIEMPRE LA VOLUNTAD DE
DIOS LO QUE MÁS CUESTA?
No debemos tomar esto como una
ley sistemática. Eso nos haría caer en un voluntarismo ascético exagerado que
no tiene nada que ver con la libertad del Espíritu Santo. Al contrario, es ese
tipo de pensamiento que insinúa el demonio para desalentarnos y alejarnos de
Dios.
Dios es un Padre, ciertamente
exigente como todo buen padre que ama al hijo y nos invita a darle todo, pero
no es un verdugo. No tiene por objeto complicarnos la vida, sino
simplificárnoslas. La docilidad a Dios libera y ensancha el corazón. Aunque en
ocasiones nos cuesta obedecer la voluntad de Dios, sobre todo al principio,
cumplirla con amor acaba por llenarnos de gozo, y se puede decir que existe un
auténtico pacer en llevar a cabo el bien que Dios nos inspira.
Jacques PHILIPPE.
Querida Chantal: El Padre es nuestro Guardián y no aparta nunca sus Ojos de nosotros; cada alma para Él es como una rosa; la riega, la cuida, la protege y comprueba en cada minuto que nada le falte.Nos poda cuando hace falta; no nos deja crecer en el sentido que, a nosotros nos gustaría crecer...Una rosa no puede sobrevivir en un desierto; pero Él ahuyenta a nuestros enemigos para que no nos pisoteen y ordena al viento que no nos achicharre.
ResponderEliminarNo todas las almas reciben las mismas gracias, no todas las almas perciben de la misma manera las mociones del Espíritu Santo. Hay almas que, por su racionalismo, viven en la oscuridad más completa. ..y no es porque el Padre les niegue el alimento adecuado para que puedan sobrevivir a unas inclemencias que sólo ellas eligen. Se obstinan y obedecen al padre de la mentira y se privan del placer inmenso de saberse amados por Dios .Tu afectísima.Rosadeabril.