La contemplación es
esencialmente una escucha en el silencio. Estar expectante. Y también, en
cierto sentido, debemos empezar a escuchar a Dios cuando hemos terminado de contemplar.
¿Cuál es la explicación de esta paradoja? Quizás que hay una clase de escucha
más elevada, que no es prestar atención a la longitud de cierta onda, la
receptividad de cierto mensaje, sino un vacío que espera realizar la plenitud
del mensaje de Dios dentro de su aparente desierto. En otras palabras, el
verdadero contemplativo no es el que prepara su mente para un mensaje
particular que él quiere o espera escuchar, sino el que permanece vacío porque
sabe que nunca puede esperar o anticipar la palabra que
transformará su oscuridad en luz.
Ni siquiera llega a anticipar
una clase especial de transformación. No pide la luz en vez de la oscuridad. Espera
la palabra de Dios en silencio, y cuando es respondido, no lo es tanto por una palabra
que brota del silencio. Es por su silencio mismo, que de repente, revelándose
inexplicablemente a él como la palabra de máximo poder, se llena de la voz de
Dios.
Thomas MERTON
Monje trapense estadounidense.
(1915 – 1968)
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