Conviene hacer alguna precisión
lingüística. Existen tres actitudes posibles frente a aquello de nuestra vida,
de nuestra persona o de nuestras circunstancias que nos desagrada o que
consideramos negativas.
La rebelión, la resignación, la
aceptación.
La rebelión es el caso de quien
no se acepta a sí mismo y se rebela contra Dios que lo ha hecho así, contra la
vida que permite tal o cual acontecimiento, contra la sociedad, etc… la
rebelión no siempre es negativa. Puede tratarse de una primera e inevitable
reacción psicológica ante circunstancias brutalmente dolorosas, y beneficiosas
siempre que no nos quedemos encerrados en ella. Al término rebelión se puede
dar también otro significado positivo: él del rechazo de una situación
inadmisible que nos hace obrar respecto a ella empujados por justas
motivaciones y con medios legítimos y proporcionados. Nosotros nos referimos
aquí al término rebelión en su sentido de rechazo de lo real.
La rebelión suele ser la
primera reacción frente al sufrimiento. El problema está en que no resuelve
nada; por el contrario, no hace sino añadir un mal a otro mal y es fuente de
desesperación, de violencia y de resentimiento. Quizá cierto romanticismo
literario ha hecho apología de la rebelión pero basta un mínimo de sentido
común para darse cuenta de que jamás se ha construido nada importante ni
positivo a partir de la rebelión; ésta solamente alimenta y propaga más aún el
mal que pretende remediar.
LA RESIGNACIÓN.
Como me doy cuenta de que soy
incapaz de cambiar tal situación o de cambiarme a mí mismo, termino por
resignarme. Al lado de la rebelión, la resignación puede representar cierto
progreso, en la medida en que conduce a una actitud menos agresiva y más
realista. Sin embargo es insuficiente; quizá sea una virtud filosófica, pero
nunca cristiana, porque carece de esperanza. La resignación constituye una declaración
de impotencia, sin más. Aunque puede ser una etapa necesaria, resulta estéril
si se permanece en ella.
LA ACEPTACIÓN.
Es la actitud a la que conviene
aspirar. La disposición interior es muy diferente. Me lleva a decir “si” a una
realidad percibida en un primer momento como negativa. Existe pues, una
perspectiva esperanzadora. Por ejemplo, puedo decir “si” a lo que a pesar de
mis fallos, porque me sé amado por Dios, porque confío en que el Señor es capaz
de hacer cosas espléndidas con mis miserias.
La diferencia decisiva entre la
resignación y la aceptación radica en que esta última – incluso si la
realidad objetiva en la que me
encuentro no varía – la actitud del corazón es muy distinta, pues en él anidan
ya las virtudes de fe, esperanza y caridad. Aceptar mis miserias es confiar en
Dios que me ha creado tal y como soy. Confiar en alguien es ya amarle. Y esa
actitud de aceptación demuestra la aceptación a la gracia divina. La gracia de
Dios nunca se da en vano a quien la recibe, sino que resulta siempre
extraordinaria fecunda.
Jacques PHILIPPE
Rebelión, resignación y aceptación...¿ te acuerdas de las pataletas de tus hijos?, Yo me acuerdo de lo que formaba alguno de mis hermanos cuando le pedía a mi madre algo que no estaba dispuesta a comprárselo;mi hermano lloraba y se ponía rojo de la pura rabia y parecía que aquello debía acabar en tragedia..., pero ¡no! en vez de "matar" a mi madre, de repente,dejaba de llorar y regresaba a sus juegos como antes y parecía que se había olvidado del tema.Los niños carecen de expectativas negativas y pasan de sentirse completamente desdichados a sentirse llenos de felicidad.Esta buena cualidad se va perdiendo con el paso del tiempo.El enojo puede durar años,dependiendo de cómo hayamos aprendido a abordarlo en nuestra niñez.
ResponderEliminarEnfadarse es algo muy humano, lo expresamos en forma de rabia, hostilidad o con un silencio que puede llegar a ser muy frustrante.Un enojo siempre es amargo aunque esté justificado. Hay situaciones que , casi te obligan a rebelarte, pues hay personas que tienen poco tacto y hay que ir recordándoles cómo nos gusta que nos traten: Todas las personas necesitamos ser queridas, ser aceptadas y ser reconocidas, si algo de esto falla,puede aparecer el problema.Para transformar un enojo en riqueza se ha de respetar la diversidad; no tomarse uno a sí mismo muy en serio,saber que no ofende el que quiere sino el que puede; y,como cristianos,tenemos que aspirar a ser buenos, cueste lo que cueste...No siempre tenemos que ser la alegría de la fiesta; ser un poco mal humorado no es grave, si se es consciente de ello y uno evita que que se le salga la bilis.Por fidelidad al mandamiento nuevo, tambien tenemos que amar a los enemigos.
Creo que siempre debemos aceptar a los demás.Sin embargo, creo que no siempre debemos resignarnos ante situaciones injustas, que son intolerables y que hacen daño a la Iglesia. En tal caso, un cristiano, está obligado a poner el asunto en conocimiento de las autoridades eclesiásticas.
Chantal, "abrázame cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito".Quizás ese episodio de mal genio nos está recordando aquellos abrazos tan tiernos que no tuvimos en nuestra niñez.Rosadeabril.