No intentes distinguir al que es
digno del que no lo es. Que todos los
hombres sean iguales ante tus ojos para amarlos y servirlos. Que la compasión
venza siempre en tu balanza hasta el momento en que sientas en ti la compasión
que Dios siente hacia el mundo. ¿Cuándo reconoce el hombre que su corazón ha
alcanzado la pureza? Cuando considera buenos a todos los hombres sin que
ninguno la parezca impuro o manchado. Verdaderamente es entonces cuando es puro
de corazón.
Y ¿Qué es la pureza? En pocas
palabras: es la compasión del corazón hacia el universo entero. Y ¿Qué es la
compasión del corazón? Es la llama que
arde por toda la creación, por todos los hombres, por todos los animales, por
todos los demonios, por todo ser creado. Cuando piensa en ellos o cuando los
mira, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas por una profunda e
intensa piedad que le oprime el corazón y que le hace incapaz de tolerar, de
oír, de ver el más mínimo error o la menor aflicción soportada por una
criatura. Por eso, la oración acompañada de lágrimas se extiende a todas horas
tanto hacia los seres desprovistos de palabra, como sobre los enemigos de la
verdad, o sobre los que le perjudican, para que todos ellos sean guardados y
purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón del hombre a
semejanza del de Dios.
S. ISAAC DE SIRIA.
(640 – 700)
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