Todo
pecado es personal. En algún lugar alguien comete este o aquel pecado concreto,
tanto si es mortal como si es venial. Pero ningún pecado es una isla. Los
pecados engendran otros pecados, no solo en el pecador, sino también en los
demás. Cuando pecamos, cambiamos el ambiente moral, quizá imperceptiblemente al
principio, pero nuestras faltas ruedan con las pequeñas faltas de muchas otras
personas creando una especie de efecto bola de nieve moral. El pecado pequeño
de una persona puede dar permiso tácito para pecados ligeramente más serios de
un testigo, y este proceso de igual degradación continúa… hasta que alguien
decide el momento de dar marcha atrás.
Todo
pecado tiene una dimensión social. Además tenemos una responsabilidad en los
pecados de los demás cuando cooperamos con ellos:
-
participando
directa y voluntariamente:
-
ordenándolos,
aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos (incluso sonriendo)
-
no
revelándolos, ni impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo.
-
Protegiendo
a los que hacen el mal.
San Ambrosio escribió: “Tendremos que dar
cuenta de cada palabra ociosa, pero también de cada silencio ocioso.”
Los pecados que confesamos son personales
y reales. Los míos son míos. Los tuyos son tuyos. Cada uno es responsable de
ellos. Pero no solo hay pecados que
nos afectan y debilitan. Como vivimos en sociedad, como vivimos en familia, no
podemos evitar la influencia de los pecados de los otros. Aunque cada pecado
tiene exactamente un padre, todos tienen una genealogía común. En cierto sentido,
todos descienden del pecado original.
Scott
HAHN
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