Amad a todo el mundo con un
amor grande de caridad, pero no tengáis trato de amistad más que con los que
podéis intercambiar cosas buenas. Si intercambiáis en el terreno del conocimiento,
ciertamente que vuestra amistad es laudable; más aún si compartís con ellos en
el terreno de la prudencia, de la discreción, de la fuerza y de la justicia.
Pero si vuestra relación está fundada sobre la caridad, la devoción y la
perfección cristiana, ¡Dios mío, Qué preciosa será vuestra amistad! Será
excelente porque viene de Dios, excelente porque tiende a Dios, excelente
porque Dios es su lazo de unión, porque durará eternamente en Dios. ¡Qué bueno
es amar sobre la tierra como se ama en el cielo, aprender a amarse en este
mundo como se ama en el cielo, aprender a amarse en este mundo tal como lo
haremos eternamente en el otro!
Yo no hablo aquí del simple
amor de caridad, porque éste se debe a todos los hombres; hablo de la amistad
espiritual mediante la cual dos o tres, o muchos, comulgan en la vida
espiritual y se hacen un solo espíritu entre ellos. Con todo derecho, estas
almas dichosas pueden cantar: ¡Ved qué
dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos! Me parece que todas las
demás amistades no son otra cosa que la sombra de ésta. Para los cristianos que
viven en el mundo es necesario que se ayuden unos a otros con santas amistades;
mediante ellas, se ayudan, se sostienen, se acompañan mutuamente hacia el bien.
Nadie podrá negar que nuestro Señor haya amado con una amistad del todo dulce y
del todo especial a san Juan, a Lázaro, a Marta y a Magdalena, porque la
Escritura da testimonio de ello.
S. FRANCISCO DE SALES.
(1567 – 1622).
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