Tenemos
que aprender a detectar el mal especialmente en el terreno de la palabra.
Cuando
nos fijamos demasiado en lo que no marcha bien, cuando lo convertimos en el
tema preferido de nuestras conversaciones, cuando nos quejamos de los
problemas, nuestros o de la sociedad, acabamos proporcionando al mal más consistencia de la que en realidad
posee. A veces nuestra manera de deplorar el mal solo logra reforzarlo. He oído
decir a alguien “No me voy a pasar la vida denunciando al pecado: sería hacerle
demasiado honor. Prefiero alentar el bien antes que condenar el mal.” Creo que
se equivoca. No se trata de condenar al que hace el mal, sino al mal mismo. La postura
que recomendamos no es la del avestruz que se niega a ver la realidad, ni la de
impedir que se actué, sino ese optimismo propio de la caridad y del amor
desinteresado que permite movilizar todas nuestras energía hacia el bien.
Tenemos que volver a leer Pablo en:
1
Co 13, 5-7.
Es
grave la perversa satisfacción que se apodera de nosotros al detectar y poner
en evidencia el mal con el propósito de justificar nuestros rencores y amarguras;
lo cual representa una cómoda manera de descargarlos sobre cuántos nos rodean,
cuando en realidad su origen se encuentra en el vacío espiritual que anida en
el hombre y en la insatisfacción que genera. ¿Será tan grande el vacío interior
que tienen que fabricar enemigos para existir?
Jacques
PHILIPPE
No hay comentarios:
Publicar un comentario