Resurrección de la carne quiere
decir transformación salvadora de la vida. En efecto, “carne” significa ser en
el cuerpo, ser en el mundo. La fe cristiana no afirma en absoluto que la
materia, el cuerpo, el mundo, sea algo malo, y que la salvación consista en
abandonarlo a la búsqueda de otra esfera “espiritual”, de otro mundo. Esta
perspectiva es anticristiana, porque rechaza la obra de Dios en sus dos grandes
momentos: la creación y la misión del Hijo eterno; no reconoce que Dios amó al
mundo tanto que entregó a su Hijo, desde su encarnación hasta su glorificación,
para salvar a los hombres.
Así pues, posiciones cínicas o
nihilistas, gnósticas o revolucionarias (este mundo y esta vida no valen nada),
hay que negarlas en nombre de otro mundo y de otra vida, y quien no las niegue
no sirve realmente a la renovación del mundo – son anticristianos.
Para el creyente, al contrario,
es esta vida en el mundo, en el tiempo y en el trabajo, la que pude ser
salvada, y gozar de verdadero sentido y plenitud. El cristiano no siente fobia,
ni desprecio de la vida y del mundo. Es realista, sabe que “la figura de este mundo pasa”, (Cor 7, 31),
pero que aun así es bueno, porque en él se puede vivir con sentido: con fe,
esperanza y caridad. Ciertamente este principio de vida nueva no viene del
mundo, pero sí de su Creador, está presente en la historia para siempre,
habiéndose encarnado el Hijo de Dios.
Alfonso CARRASCO ROUCO.
Obispo de Lugo.
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