Explicar la doctrina expresada
en forma tan vivida en estas dos frases no es fácil.
En la Encarnación, el Hijo de
Dios se unió hipostáticamente a una naturaleza humana, de suerte que
Jesucristo, el Hijo de María, era verdadero Dios y verdadero Hombre, una
persona con dos naturalezas. Esto, sin embargo no fue el fin del proceso de
unión con la raza humana. Las palabras del Evangelio de San Juan y de las
Epístolas de San Pablo dan a entender claramente que nuestro Salvador quiso
entrar en una real, aunque misteriosa unión con cada miembro de la raza humana,
y une real y verdaderamente cada ser humano con Él mismo en el bautismo, para
formar con Él una entidad, un cuerpo, un hombre, un Cristo místico. Pero esta
unión no nos hace perder nuestra individualidad. Sin embargo, la unión es tan
estrecha que Cristo puede padecer con toda justicia por nuestros pecados, y
nosotros podemos con toda justicia utilizar sus méritos como si fueran propios.
Santo Tomás de Aquino cuyas
palabras estaban medidas con la precisión característica de aquel príncipe de teólogos,
asegura, sin más, que en el bautismo los padecimientos de Cristo se comunican a
la persona bautizada - que se hace un miembro de Cristo – como si ella hubiera
padecido todos aquellos tormentos. Cristo dio satisfacción por nuestros pecados
por el hecho de que somos miembros suyos y formamos con Él un cuerpo. Las acciones
de Cristo no pertenecen únicamente a Él, sino también a todos sus miembros. (Suma teológica, III; cuestión 48, articulo
1 y 2)
Eugene BOYLAN.
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