ORACIÓN, LUZ DEL ALMA.
El sumo bien está en la
oración, en el diálogo con Dios. La oración es la luz del alma, verdadero
conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se
eleve hasta el cielo y estreche a Dios con inefables abrazos, deseosa de la
leche divina, como el niño que llama a su madre llorando; por la oración el
alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza
invisible. La oración se presenta ante Dios como venerable intermedia, alegra
nuestro espíritu y pacifica el alma.
Cuando hablo de oración me
refiero no a las simples palabras, sino a la verdadera: a la oración que es un
deseo de Dios, una inefable piedad no otorgada por los hombres, sino concedida
por la gracia divina, de la que también
dice al Apóstol: Nosotros no
sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables. Una oración así, cuando Dios la otorga a
alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma,
quien la saborea se enciende en un deseo eterno del Señor, como un fuego
ardiente que inflama su corazón.
San JUAN
CRISOSTOMO
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